lunes, 21 de octubre de 2019

Séptimo Severo


SÉPTIMO SEVERO

8. El imperio se transforma: los Severos

8.1. Las fuentes
Dión Casio escribió gran parte de su monumental Historia Romana mientras permaneció al margen de la vida pública bajo Caracalla, luego ocupó algunos gobiernos provinciales y llegó a cónsul. De los ochenta libros de que constaba su obra, que abarca­ban la historia de Roma hasta el 229 d.C., sólo han llegado completos algunos. Del resto quedan resúmenes redactados por autores bizantinos (Xifilino, Zonaras), así los libros dedicados a los reinados de Septimio Severo, Caracalla y sus sucesores. Dión Casio fue un historiador serio, contemporáneo del acontecer histórico que narraba, celoso de la exactitud de sus datos, constituye fuente fundamental pese a las limitaciones indicadas.
Menos exactitud podemos esperar de la Historia del Imperio Romano de Herodiano, más preocupado por las semblanzas personales de los emperadores que por aportar una justa visión histórica. Se inicia con el reinado de Cómodo y termina con Gordiano III. Sabemos poco sobre su vida y el momento en que escribió su obra, don­de los sucesivos emperadores son analizados a la luz del gran Marco Aurelio, de sus ideales filosóficos y políticos. Nos ofrece una visión pesimista de la decadencia de su época y la degradación del poder imperial. Se ha considerado tradicionalmente poco fiable, aunque hoy se tiende a darle más credibilidad. Las biografías correspondientes a los Severos incluidas en los Scriptores Historiae Augustae pueden admitirse con re­servas hasta la muerte de Caracalla. Su autor, Elio Spartiano, pudo utilizar las biogra­fías que elaboró el senador Mario Máximo bajo Severo Alejandro. Las posteriores es­tán llenas de invenciones.
La etapa de los Severos conoció un gran desarrollo cultural, sobre todo en la parte oriental del imperio, donde sobresalió una importante pléyade de autores griegos. Su variada obra refleja las renovadas inquietudes filosóficas de aquel tiempo, aunque sin especial calidad literaria, así las Vidas de filósofos célebres de Diógenes Laercio, o el Banquete de los sofistas de Ateneo. Sobre la religión pagana la aportación más intere­sante nos la ofrece Filóstrato, quien formó parte del círculo literario de la emperatriz Julia Domna, y redactó una Vida de Apolonio de Tyana, describiendo las andanzas del famoso filósofo y mago que vivió en tiempos de Nerón y los Flavios. Para este mo­mento contamos ya con una literatura cristiana consolidada, que nos ilustra sobre la vida de la Iglesia y sobre sus debates doctrinales. En Occidente brillan Tertuliano y Minucio Félix, y en la sede de Alejandría, Clemente y Orígenes.
Para el conocimiento de la geografía la época de los Severos nos ha dejado dos obras fundamentales. Una escrita, el llamado Itinerario de Antonino, que recoge las etapas, distancias y mansiones o albergues de las principales vías del imperio romano, y que pudo servir a las necesidades del cobro de la annona. Otra dibujada al estilo de un «mapa de carreteras», la Tabula Peutingeriana, descubierta en el siglo xv que remonta quizá hasta un original de la primera mitad del siglo III. Este documento reproduce figurativamente el mapa viario, indicando ciudades, estaciones intermedias, cruces y distancias de etapa. Junto a la Geografía de Ptolomeo y los miliarios, que han aparecido en gran cantidad a lo largo y ancho del imperio, constituyen la documentación fundamental para conocer la red de comunicaciones terrestres de entonces.
Hay que destacar para este periodo, entre las fuentes epigráficas, las que nos dan directa información sobre la familia de Septimio Severo (inscripciones de Tripolitania). En la documentación papirológica sobresale el Papiro Giessen 40 con relación a la Constitutio Antoniniana del 212 d.C., que extendió la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio. Finalmente, la etapa severiana dejó una importantísima labor en el campo del Derecho Romano, con una notable escuela de jurisconsultos, entre los que destacaron Papiniano, Ulpiano y Paulo. Muchas de sus aportaciones constituyen parte sustancial del Digesto, la gran recopilación de fuentes jurídicas elaborada bajo el emperador bizantino Justiniano (siglo vi d.C.).

8.2. De nuevo la guerra civil (193)
La desaparición de Cómodo provocó otra situación de «vacío de poder» que había acaecido al morir Nerón. Hasta ese momento los pretorianos habían tenido en Roma gran influencia haciendo y deshaciendo emperadores, pero ahora la crisis envolvió también a los ejércitos provinciales, cuyos jefes combatieron entre sí para hacerse con la herencia imperial, y que se convertirían desde entonces en la fuerza política más importante. Roma entró en una nueva dinámica histórica, al adquirir las provincias más peso específico, tanto por la consolidación de los ejércitos reclutados regionalmente, como por el fuerte ascendiente dentro del Estado de los senadores de origen provincial, cuya cifra se había incrementado notablemente. Como digno elocuente de los cambiantes tiempos, la nueva dinastía de los Severos, surgida tras esta conflictiva etapa, procedía de África y entroncaría familiarmente con Siria. Hasta entonces Italia y el Mediterráneo habían tenido la supremacía dentro del imperio pero desde ahora se revalorizaría toda la zona comprendida entre las Germanias y el Bajo Danubio, continuando hasta las provincias de Oriente.
Los conjurados contra Cómodo ofrecieron el poder al senador P. Helvio Pértinax que era prefecto de la Urbs y había realizado una brillante carrera protegido por T. Claudio Pompeyano. Los pretorianos le aclamaron como emperador y fue reconocido por el Senado. Pértinax ordenó amnistiar a las víctimas de Cómodo, vender sus bienes para sanear la hacienda pública y economizar gastos. Pero duró poco tiempo pues al intentar meter en cintura a los siempre inquietos pretorianos provocó su descontento y fue asesinado. El imperio fue subastado al mejor postor. El senador Dido Juliano que había hecho también una destacada carrera bajo Marco Aurelio, y prometió a los pretorianos un fuerte donativo si lo aclamaban, fue nombrado emperador. El Senado amenazado por los soldados, tuvo que reconocerle. Pero pronto se le opusieron los ejércitos provinciales. El de Oriente se sublevó aclamando como emperador al legado de Siria, Pescenio Níger. Lo mismo hicieron las tropas estacionadas en Panonia con el legado L. Septimio Severo, y las de Britania con el legado Clodio Albino (193).

Pescenio Níger, tras desempeñar diversos cargos ecuestres, había entrado en el orden senatorial gracias a Cómodo. Estaba bien considerado en los medios militares», era popular en Roma, y además fue seguido por todos los gobernadores de las provincias orientales, recibiendo incluso el apoyo de Parthia y Armenia. A su vez Septimio Severo, que gozaba de gran prestigio entre los ejércitos danubianos por sus éxitos frente a los bárbaros, fue secundado por las legiones de Panonia, y por las instaladas en ambas Germanias, las Mesías, Dacia, Nórico y Retia. Además contaba con las simpatías del Senado, al presentarse como vengador de Pértinax. Y se entendió con Clodio Albino, también de origen africano, reconocido como sucesor al recibir el título de César. Severo entró en Italia con sus legiones rechazando las ofertas de negociación que le mandó Didio Juliano. Éste fue depuesto por el Senado, que reconoció inmediatamente a Severo, y eliminado pronto por los pretorianos tras su efímero reinado. Poco después el nuevo emperador entró en la Urbs al frente de sus soldados, dio garantías a los senadores y honró la memoria de Pértinax.
Pero aún tenía que saldar cuentas en Oriente con Pescenio Níger, quien pasó a la ofensiva saliendo en Asia Menor al encuentro de Severo, quien le denotó y se procla­mó «hijo de Marco Aurelio», reivindicando para sí la herencia de los Antoninos (194). Níger, que se había retirado con sus tropas al Éufrates, buscando la ayuda de sus aliados partos, fue derrotado y muerto. Parthia había aprovechado la crítica situación en Oriente para recuperar posiciones, pero Severo no le atacó directamente, se conformó con restaurar la autoridad imperial entre las tribus árabes de Osroene y Adiabene siempre levantiscas contra Roma.
Le quedaba aún otro problema pendiente, Clodio Albino, a quien había designado César, pero del que desconfiaba. Lo declaró enemigo público y marchó desde Siria contra él. Albino, que había sido elegido emperador por las legiones de Britania, pasó a la Galia, cuyas provincias le secundaron, recibiendo también el apoyo del legado de Hispania Citerior. Severo, que había retornado desde Oriente a través de los Balcanes y entrado en la Galia, venció a Albino cerca de Lugdunum (Lyon) tras una cruenta ba­talla (197). Tomó duras represalias contra sus enemigos, Lugdunum fue incendiada y sus seguidores, entre ellos gran número de senadores, fueron ejecutados, confiscándo­se sus bienes, que pasaron al patrimonio imperial. A raíz de ello sus relaciones con el Senado no serían buenas.

8.3. Septimio Severo, el absolutismo imperial (193-211)

Septimio Severo había nacido en Leptis Magna (Tripolitania), en una familia ecuestre de origen autóctono, que había accedido al orden senatorial en la generación anterior. Algunos miembros desempeñaron un papel importante en la promoción del clan, dos tíos que alcanzaron el consulado, y sobre todo un pariente primo, C. Septimio Severo, cónsul en el 160 y luego procónsul de África en el 174,bajo cuya tutela el futu­ro emperador inició su carrera. En el 180 encontramos a Septimio Severo como legado de la legión IX Scythica en Siria, cuyo gobernador era entonces P. Helvio Pértinax, luego sucesor de Cómodo. También allí conoció y se caso con Julia Domna, hija del gran sacerdote del Sol de Émesa (Homs). Posteriormente sería legado de la Galia Lugdunense, donde combatió a las bandas de Materno (186-188), procónsul de Sicilia (189), cónsul y gobernador de la Panonia Superior (191), al mando de las tres legiones que le proclamaron emperador.
Severo era reconocido no sólo por sus dotes de gobierno y sus cualidades milita­res, tenía también una amplia formación jurídica, pues había estudiado con el gran ju­rista Escévola. Durante su reinado realizó una importantísima labor legislativa, rodeándose de un competente equipo de expertos en jurisprudencia, destacando Papiniano. Ulpiano y Paulo. Buscó legitimar su acceso al poder imperial tomando como mo­delo a los Antoninos, especialmente a Marco Aurelio, de quien se consideró hijo adop­tivo y heredero legal de su patrimonio, y cuya fisonomía iconográfica asumió en los monumentos. En el protocolo oficial las inscripciones lo presentan como descendiente directo de los emperadores de la dinastía anterior. Incluso hizo que su hijo mayor, el futuro Caracalla, cambiara su nombre por el de M. Aurelio Antonino. Su onomástica fue ensalzada con títulos alusivos a sus grandes victorias sobre los enemigos de Roma, Parthicus, Britannicus, Arabicus, Adiabenicus, etc. Estaba convencido de que su reinado abría una flamante era, y así lo demostró cuando le tocó organizar los Juegos Se­culares del año 204, conmemorativos de la fundación de la Urbs. Se celebraron con enorme fasto y grandes dispendios, toda la familia imperial tuvo un papel destacado en tal evento. Las emisiones monetales ensalzaron la eternidad de Roma y la felicidad de los nuevos tiempos. Desde luego, con los Severos Roma experimentaría notables cambios.

8.3.1. Los círculos del poder
Los estudios prosopográficos revelan significativamente el ascenso de hombres nuevos a la cúpula política y militar, unos itálicos, otros de origen provincial, orienta­les, hispanos, y especialmente africanos, a muchos de los cuales Severo dio los man­dos de las provincias, sobre todo las que tenían tropas, o cargos importantes, como la prefectura del pretorio o la prefectura urbana. Algunos habían hecho carrera bajo Có­modo, poniéndose de su parte durante la guerra civil. M. Mario Máximo fue dux del ejército del Danubio, Tib. Claudio Cándido fue otro dux con un importante papel en la lucha contra Clodio Albino, el hispano P. Comelio Anulino, de Iliberris (Granada), fue cónsul, procónsul de Africa y prefecto de Roma. Grupo destacado fueron los pai­sanos del emperador oriundos de Leptis Magna. Así su hermano P. Septimio Geta, cónsul y legado imperial de la Mesia Inferior y las Tres Dacias. O el ecuestre C. Fulvio Plautiano, hombre de confianza, prefecto del pretorio sin colega, quien recibió am­plios poderes militares, con mando sobre las cohortes pretorianas y las tropas acanto­nadas en Roma e Italia, y accedió al orden senatorial. Su hija Fulvia Plautila casó con uno de los hijos de Severo, el futuro emperador Caracalla. Pero su ambición y enorme ascendiente sobre Severo provocarían en el 205 su ruina y asesinato, tras un complot en el que participaron Julia Domna y el propio Caracalla.
El clan de los africanos tenía en la corte la oposición de los orientales, dirigidos por Julia Domna y su familia siria. La emperatriz era hija de Julio Bassiano, sumo sacerdote del dios Sol de Émesa, mujer bella, culta, inteligente, que gustaba rodearse de una corte de artistas, literatos, astrólogos. Ejerció una gran influencia sobre su esposo, quien le otorgó los máximos honores, fue Augusta, lo que le daba ascendiente político, homenajeada como madre de los Augustos (mater Augustorum) madre de la patria (mater patriae), madre del Senado (mater Senatus). Asimilada a diversas divi­nidades, recibió culto en vida, y favoreció la expansión de las religiones orientales por el imperio. Rodeada de la corte acompañaba siempre a Severo en los viajes, e in­cluso en sus campañas militares, gozando de enorme popularidad entre los soldados, y recibiendo el título de madre de los campamentos (mater castrorum). Protegió los derechos dinásticos de sus hijos Caracalla y Geta, quienes se odiaban mutuamente, y favoreció la promoción de su influyente y ambiciosa parentela siria, tanto su hermana Julia Maesa, como sus dos sobrinas Julia Soemias y Julia Mammea. El marido de Julia Maesa, C. Julio Avito Alexiano, también de Émesa, haría una importante carrera sena­torial. Ambos serían abuelos de dos emperadores, Heliogábalo, hijo de Julia Soemias, y su primo Severo Alejandro, hijo de Julia Mammea.
Preocupación de Septimio Severo fue consolidar el carácter hereditario de la institución imperial fundando una dinastía. Había nombrado César a Clodio Albino, pero tras su desaparición nombró sucesores oficiales a sus dos hijos, a corta edad Caracalla fue designado Augusto y Geta fue César, luego fue también Augusto, con lo que Roma llegó a tener tres Augustos. Esa protección abarcó a todos los miembros de la familia imperial, que fue oficialmente reconocida como la Domus Divina, condición enalteci­da en todos los monumentos y documentos de la propaganda imperial. Así aparece en monedas e inscripciones, así están representados el emperador y los suyos en un arco triunfal ubicado en el foro de Roma, en otro emplazado en el Foro Boario, o en un ter­cero erigido en Leptis Magna. La corte imperial adquirió una nueva imagen, en un am­biente de lujo y de rígidas formalidades, atendida la familia imperial por multitud de servidores. El fasto entonces reinante, digno de sus raíces orientales, requería también espacios apropiados, y se construyó una nueva sede imperial, la Domus Severiana, en la zona sur del Palatino. Su fachada ornamental, el Septizonium, que presidía la estatua del emperador rodeada por las representaciones de las divinidades planetarias, simbo­lizaba el dominio del mundo bajo una autoridad, la de Septimio Severo quien, lejos ya de la austera sobriedad de los patricios romanos, ahora presidía audiencias, ceremo­nias y demás actos públicos sentado en su trono, tocado con corona, cetro y espléndi­das vestimentas, todo acorde con el ambiente de pompa, opulencia y suntuosidad que rodeaba la Domus Divina.

8.3.2. Las grandes empresas militares
El gobierno de Severo estuvo abocado a una casi continua acción militar, que le exigió mucha atención y esfuerzo. Ya su acceso al trono estuvo marcado por una gue­rra civil, en la que tuvo que ir eliminando a varios competidores. Tras acabar con Clo­dio Albino (197), Britania fue organizada en dos circunscripciones, una septentrional y otra meridional, cuyas respectivas capitales fueron Eburacum (York) y Deva (Chester). El siguiente paso fue atender la amenazada frontera oriental. Al mando de Clau­dio Galo, uno de los íntimos del emperador, fueron enviados varios cuerpos militares instalados en Germania. Le siguió el propio Severo con un ejército cuya presencia en Mesopotamia puso en fuga al rey parto Vologeso V, quien abandonó Babilonia, Seleucia y su propia capital, Ctesifonte, que fue saqueada (197-198). Los reyes de Armenia y Osroene le rindieron pleitesía. Pero los romanos fracasaron al intentar tomar la ciu­dad de Hatra, otro principado árabe. A raíz de estas victoriosas campañas, que quedaron inmortalizadas en los relieves del arco triunfal erigido en el foro de Roma, Severo tomó los títulos de Parthicus Maximus, Arabicus y Adiabenicus.
Acompañado de su familia, permaneció en Oriente hasta el 202. Inspeccionó los territorios de la provincia de Mesopotamia, engrosada con sus recientes conquistas, y visitó Siria, Arabia y Egipto, concediendo privilegios a muchas ciudades. Retornó a Occidente por Tracia, Mesia y Panonia, siendo acogido en todas partes con entusiasmo, ya que tales provincias habían respaldado su acceso al trono imperial. El recorrido por el frente danubiano tuvo importantes consecuencias, se mejoraron las instalaciones militares, se desarrolló el urbanismo en muchas ciudades, y se mejoró la red viaria. Todo ello favoreció las relaciones mercantiles en aquel cada vez más importante eje económico del imperio. Tras este largo viaje las fuentes sitúan otro a las provincias norteafricanas (203-204). En el África Proconsular desplegó una amplia y decisiva po­lítica romanizadora, muchas comunidades indígenas y pagi romanos fueron promocionados a municipios, algunos municipios recibieron la categoría de colonia, y ciudades importantes como Cartago, Útica y Leptis Magna, cuna del emperador, fueron beneficiadas con el Ius Italicum, quedando exentas de la tributación del suelo.
La última estancia del emperador fuera de Roma fue en Britania, viaje que emprendió, como de costumbre, acompañado del séquito familiar, y del que ya no regresaría (208-211). La situación de la frontera norte se había agravado por los ataques de los caledonios, que habían aprovechado el debilitamiento de la «Muralla de Adriano», ando Clodio Albino reforzó su ejército con las tropas allí asentadas para trasladarse a Galia. Los bárbaros cruzaron el limes y atacaron los campamentos legionarios de Deva y Eburacum, que debieron ser abandonados. Los romanos habían conseguido recuperar sus posiciones y restaurar las fortificaciones, pero la situación no se había es­tabilizado definitivamente. Septimio Severo emprendió una enérgica ofensiva contra las inquietas tribus de Escocia. Las primeras operaciones militares fueron dirigidas contra los caledonios, y el emperador pudo ser reconocido como Britannicus Maximus. Pero cayó enfermo, y tuvo que permanecer en Eburacum, donde falleció a principios de febrero del 211. Su hijo Caracalla había quedado al frente de la campaña, pero tenía prisa por retomar a Roma para afianzar su poder, ya que sus relaciones con su hermano Geta eran tensas. Evacuó los territorios conquistados más allá de la muralla de Adriano, que quedó desde entonces como frontera definitiva de Roma en el norte de Britania.

8.3.3. La nueva imagen de la autoridad imperial
La época severiana está marcada por un claro reforzamiento del absolutismo, Septimio Severo acumuló enormes poderes civiles, militares y religiosos, y asumió las máximas competencias legislativas. A la hora de tomar decisiones se apoyó en su consilium, cuyas funciones de gobierno se fortalecieron más, teniendo como asesores a competentes jurisconsultos. Pero sobre todo el aparato del Estado la imagen dominante del emperador alcanzó entonces sus cotas más significativas, acentuada y proyectada públicamente por un fuerte aparato de propaganda y un código de símbolos. El carácter sagrado de la autoridad imperial, que se había ido forjando en las dinastías anteriores, se consolida ahora definitivamente. Todo lo relacionado con Severo y su propia familia adquirió condición divina, el propio emperador fue calificado como dominus. El culto imperial se hizo eco, lógicamente, de las nuevas tendencias. En principio siguió estando consagrado a los divi, es decir, a los emperadores difuntos elevados al rango de los dioses. Pero aunque el emperador reinante no fuera reconocido como un dios, sí fue cada vez más habitual verle representado como una deidad, fuese Júpiter, Serapis o Hércules. Y en las provincias orientales y África, Severo fue realmente ve­nerado como un dios. Lo mismo ocurrió con Julia Domna, equiparada a Juno, Venus, Ceres, Cibeles, etc. Esa naturaleza divina de la pareja reinante fue compartida también por el resto de su familia, la Domus Divina. Era una vía para consolidar el carácter he­reditario de la realeza imperial y la continuidad de la dinastía, y para garantizar las re­formas.
El desarrollo de la autocracia imperial es patente asimismo en las relaciones entre emperador y Senado. En general los Antoninos habían mostrado un gran respeto hacia dicha institución, que encarnaba las más tradicionales esencias de la política romana, salvo momentos críticos, como el reinado de Cómodo, o actitudes recelosas como la de Adriano. Por el contrario Septimio Severo desde un primer momento no sintonizó con el Senado, e incluso muchas de sus iniciativas menoscabaron los poderes que aún conservaba. Una parte importante del orden senatorial se había puesto al lado de sus competidores, Pescenio Níger y, especialmente, Clodio Albino en la lucha por el po­der, y el triunfo de Severo fue seguido por una dura represión contra muchos senado­res, que fueron eliminados siendo confiscados sus bienes. Para un emperador que de­seaba insuflar savia nueva en la clase dirigente del Estado, el corporativo estamento senatorial, celoso de sus privilegios, era más un obstáculo que una ayuda.
Con los Severos empezó la decadencia de la aristocracia senatorial, donde habían entrado muchos provinciales. Por el contrario, se favoreció la carrera de muchos ecuestres de las provincias africanas y orientales, que constituyeron un sector adicto al emperador, siendo promocionados al orden senatorial y ocupando las principales fun­ciones administrativas antes reservadas a los senadores. De hecho el desempeño de las procuratelas, cuyo número siguió incrementándose, favoreció la elevación de muchos caballeros deseosos de progresar al servicio de la nueva dinastía. El ascenso del orden ecuestre, un importante factor social ya en tiempos de los Antoninos, será bajo los Se­veros una realidad. Y esa promoción se refleja no sólo en los puestos de responsabili­dad que ejercen, sino también en los títulos y privilegios que fueron identificando ho­noríficamente a los miembros de aquella ascendente élite. Perfectissimus, eminentissimus y clarissimus serán tratamientos que distinguirán a los ecuestres, y entre ellos los poderosos prefectos del pretorio podrán acceder al consulado desde dicho cargo.
El poder imperial tuvo otro fuerte soporte en una incrementada burocracia direc­tamente dependiente del mismo. El notable aumento de las funciones procuratorias re­quirió multiplicar correlativamente la cifra de oficinas (scrinia) y el personal burocrático adscrito a las mismas (scriniarii). Un sector especialmente potenciado fue la ha­cienda estatal. Hay que tener en cuenta que la confiscación de los bienes de Clodio Albino y sus partidarios, que pasaron al dominio imperial, exigió la creación de una caja especial, la ratio privata, que debía encargarse de administrar las propiedades de los Severos, sumándose al patrimonium, que debía gestionar los bienes de la corona. También la annona fue dotada con nuevos recursos para responder a las exigencias de la política de atención social desarrollada por la dinastía, potenciándose paralelamente las prestaciones de la annona militar.
8.3.4. El ejército, principal soporte del imperio
Severo había recibido el apoyo de otro poderoso sector, el ejército, cuya influen­cia dentro del imperio se consolidó entonces definitivamente. Él mismo era un hombre de profundo espíritu castrense, y se había destacado por sus dotes militares y el aprecio que le tenían los soldados. Consciente de que había que adaptar la defensa del imperio a las nuevas circunstancias, introdujo decisivos cambios. Desde los Antoninos los cuerpos legionarios habían tendido a permanecer estables en sus campamentos veci­nos a las fronteras, reservándose a determinados destacamentos (vexillationes) y a uni­dades de intervención inmediata (numeri) el desplazarse a los puntos directamente amenazados. Este planteamiento se acentuó desde Adriano, tras los grandes movi­mientos militares que exigieron las campañas de Trajano, y así se mantuvo hasta las graves crisis fronterizas tanto en Oriente como en el limes del Rhin y del Danubio rei­nando Marco Aurelio.
La amenaza de los bárbaros, que llegó a alcanzar el norte de Italia, y los movi­mientos migratorios de las tribus que, presionadas por otros pueblos, buscaban cobijo dentro del imperio, dejaron claro que Roma debía modificar profundamente su estrate­gia defensiva y su planificación militar para garantizar su seguridad. Había que tener en cuenta, también, las dificultades del alistamiento legionario, reducido sensiblemen­te en muchas zonas que hasta entonces habían proporcionado regularmente soldados, así Italia y algunas provincias occidentales. La disminución de las guerras ofensivas, y por tanto de las expectativas de botín, la expansión de la pax romana, la duración y ri­gores de la vida militar, todo ello fue debilitando un reclutamiento que era voluntario. Lo que se compensó incrementando las levas de numeri entre los habitantes de las pro­vincias fronterizas menos romanizadas, y añadiendo nuevos cuerpos auxiliares forma­dos con contingentes bárbaros, sobre todo orientales.
También fueron acometidas reformas militares importantes, que empezaron con la disolución de la vieja guardia pretoriana, reemplazada por soldados procedentes de las legiones. Y se incrementaron las tropas acantonadas en Roma e Italia, entre las cua­les había gran cantidad de ilirios, tracios e incluso orientales. La intención era no sólo defender el centro del imperio, que recientemente había perdido su larga invulnerabilidad, sino también constituir allí una especie de ejército de reserva, que en cualquier momento pudiera desplazarse a otras provincias amenazadas, evitando tener que tras­ladar efectivos fronterizos, lo que podía desproteger algunas zonas limítrofes. Otras novedades importantes afectaron a la organización fronteriza. Se reforzaron las fortificaciones en el Rhin y el Danubio, donde la siempre expuesta Dacia fue asegurada con nuevos dispositivos militares, también en el norte de África, donde muchos soldados se establecieron como colonos concediéndoseles tierras, con lo que cumplían una do­ble función económica y defensiva. En Oriente se instalaron dos nuevas legiones man­dadas por prefectos ecuestres, la I y III Párticas, para reforzar dicha frontera, que contó en total con once unidades legionarias.
Las medidas severianas abarcaron también la propia situación personal de los soldados. La carrera militar tendió a ser hereditaria, aumentando las levas entre hijos de veteranos instalados en las fronteras, ya que a los soldados se les permitió vivir cer­ca de su familia. También creció el número de unidades auxiliares. Septimio Severo buscó hacer más atractiva la vida militar. La fidelidad y servicios de los soldados fueron recompensados con donativos de dinero y privilegios, así ostentar el anillo de oro propio de los caballeros. Se subieron sus sueldos, apenas modificados desde Domiciano. Otra novedad importante afectó a las uniones matrimoniales. Hasta entonces los legionarios acantonados en sus bases estables, aun siendo ciudadanos romanos, no ha­bían podido legalizar sus relaciones, y sus hijos eran considerados bastardos jurídica­mente. Desde ahora les fue posible contraer matrimonio válido y formar familias legí­timas, que vivían en barrios vecinos a los campamentos, las cannabae. También se fa­voreció la promoción personal dentro de la milicia. Los centuriones pudieron entrar en el orden ecuestre, y los caballeros estar al frente de las nuevas legiones párticas. Los soldados licenciados fueron beneficiados con la exención total de cargas (munera) en las ciudades donde se instalaban, por ejemplo asumir las onerosas magistraturas mu­nicipales.
8.4. Caracalla y Geta (211-217)
Septimio Severo había previsto que sus dos hijos, M. Aurelio Antonino y P. Septimio Geta, gobernaran juntos tras su muerte (211). Tanto él como Julia Domna habían intentado infructuosamente anular la discordia que existía entre los hermanos, y de he­cho su reinado conjunto duró escaso tiempo. El mayor, M. Aurelio Antonino, era de condición enfermiza y carácter hosco e inestable. Su madre se había encargado de que recibiese una esmerada educación, pero nunca mostró especial interés por ello, sino por la vida militar, que había aprendido a conocer y apreciar junto a su padre y sus ge­nerales. Los soldados, que le apreciaban mucho, le llamaron Caracalla, por el tipo de túnica de tal nombre, propia de galos y germanos, que gustaba vestir. Por el contrario, Geta era menos rudo, había aprovechado mejor la educación recibida y apreciaba la cultura, pero mostró el mismo carácter depravado.
Los dos hermanos se habían odiado desde siempre, aunque la propaganda oficial insistió en dar una imagen de concordia. Cuando murió su padre simularon reconci­liarse, asistiendo juntos a sus honras fúnebres en Eburacum, y a los solemnes homena­jes públicos que se le tributaron en Roma. Es probable que Caracalla y Geta pensaran entonces en repartirse el gobierno del imperio, quedando al frente respectivamente de Occidente y Oriente. Pero Julia Domna, que velaba celosamente por la herencia políti­ca de su esposo, se opuso a tal proyecto. Pronto surgió la rivalidad entre sus hijos, pro­piciada también por ciertas fracturas sociales fomentadas por la política social de Sep­timio Severo, favorable a los estratos más humildes, básicos para el reclutamiento mi­litar, cuyas demandas contra los abusos de los potentados había atendido a menudo, y cuya situación jurídica había mejorado con medidas legales. Caracalla, apreciado en­tre la milicia, donde muchas personas de baja extracción habían podido promocionarse gracias a su padre, heredó la misma óptica populista. Pero los sectores más ricos, afectados por su política fiscal, ya que aumentó los impuestos que pagaban, se pusie­ron al lado de Geta. Caracalla organizó un complot para eliminarle, siguiendo una durísima represión contra quienes consideraba partidarios de su hermano, muchos fue­ron ejecutados y sus bienes confiscados (212). El famoso jurista Papiniano, prefecto del pretorio, fue una de las víctimas, también fue eliminado L. Fabio Cilón, que había sido preceptor de Caracalla y era entonces prefecto de Roma. La memoria de Geta fue condenada y su nombre borrado de los monumentos y documentos imperiales. Pero aquella crisis dinástica no mermó la influencia de Julia Domna en la corte y en los asuntos del Estado, las empresas militares a las que Caracalla se dedicó intensamente le dejaron campo libre para dirigir la política interior.
8.4.1. Oriente y el recuerdo de Alejandro Magno
Los herederos de Septimio Severo tuvieron un modelo político que pretendieron imitar, Alejandro Magno, el rey de Macedonia que conquistó un gran imperio en Asia. La sacralización de su persona y su misma visión absolutista del poder formaron parte del decorado propagandístico de una dinastía, que tenía también profundas raíces en Oriente, y que se sentía especialmente apoyada por el ejército, como antaño el hijo de Filipo de Macedonia había sido fielmente seguido por sus soldados. La memoria de Alejandro fue especialmente obsesiva en Caracalla, que emprendió algunas campañas militares contra Parthia, enemiga ancestral de Roma, como antaño la Persia aqueménida lo había sido de Grecia. Y, significativamente, la dinastía se cierra con Severo Alejandro, que adoptó el nombre de tan mitificada figura.
Caracalla, que tras morir su padre había renunciado a la ofensiva romana en el norte de Britania, tuvo pronto que intervenir en la Galia, donde habían estallado rebeliones, y en la frontera de Germania Superior, atacada por los alamanes, a su vez presionados por otras tribus germánicas, movimientos migratorios cuyas consecuencias ya había sufrido el imperio desde Marco Aurelio (213). Para ello se organizó un enorme despliegue bélico, movilizándose la legión II Parthica que protegía a Roma, la legión II Traiana desplazada desde Egipto, así como otras unidades de Panonia y Mesia. Las operaciones militares, emprendidas con gran dureza, constituyeron un éxito y garantizaron durante un tiempo la seguridad fronteriza en aquellas zonas. Las fortificaciones del limes renodanubiano fueron consolidadas. Pero también se buscó asegurar mediante acuerdos con las tribus bárbaras, cuyos jefes fueron obsequiados espléndidamente por Caracalla, quien ganó por ello fama de germanófilo. El emperador tomó el título de Germanicus Maximus, e incluso fue honrado como pacator orbis, pa­cificador del mundo, visión universalista de su gestión política, que buscaba reconciliar pueblos enemigos, en clara sintonía con su fervorosa ideología alejandrina.
Alguien, como Caracalla, que soñaba ser un nuevo Alejandro Magno, no podía dejar de emular su gran empresa conquistadora en Oriente, también asimiladora de culturas. Las fuentes aluden incluso a un proyecto de matrimonio con una princesa parta, del mismo modo que el macedonio había desposado a Roxana. Lo cierto es que en el 214 Caracalla, acompañado de su madre, Julia Domna, y del prefecto del pretorio Macrino, marchó al frente de sus tropas al este a través de la región danubiana. Por el Helosponto pasó a Troya donde, imitando a Alejandro, hizo sacrificios en la tumba de Aquiles. Desde allí siguió su misma ruta por Asia Menor. En Antioquía recibió propuestas de paz del nuevo rey parto Vologeso VI. Desde allí se trasladó a Egipto (215), su abigarrada población, siempre propensa a estallidos de violencia, le acogió hostilmente ordenando el emperador una cruenta represión. Mientras tanto, las relaciones con Parthia se habían enturbiado, los enemigos de la paz con Roma, aglutinados en en torno al príncipe Artabán, acusaban a Vologeso de debilidad, y el rey parto, sometido a tales presiones, rechazó el proyecto de Carcalla de casarse con su hija. Tras retornar el emperador a Siria (216), las tropas romanas ocuparon el reino de Osroene, integrado en la provincia de Mesopotamia, su capital Edesa se transformó en colonia. Derrotado al intentar ocupar Armenia, Caracalla la emprendió con Adiabene, vasalla de Parthia. Luego atacó directamente al reino parto, devastando la región de Media, tal éxito le valió el apelativo de Parthicus Maximus.
8.4.2. Una política interior reformista
Julia Domna, que gustaba rodearse de un círculo de intelectuales y artistas, conta­ba con un notable equipo de expertos juristas que ya había funcionado eficazmente en el reinado anterior. La importante labor jurídica desplegada bajo Severo continuó aho­ra, y de ella quedan aportaciones muy importantes en las grandes recopilaciones lega­les elaboradas tiempo después bajo Justiniano (siglo VI d.C.).
Otro aspecto importante fueron las reformas fiscales. Hay que tener en cuenta que los gastos del Estado habían crecido mucho por varias razones. La burocracia imperial había aumentado con más procuratelas. Los incrementos salariales de los funcionarios, así como la subida de los sueldos militares, habían recargado mucho los gastos estatales, añadiéndose a ello los costes de las campañas militares, de la diplomacia (regalos para los jefes bárbaros) y de importantes obras públicas, como las grandes termas erigidas por Caracalla en Roma. Todo ello exigió medidas financieras que sanearan la agobiada hacienda imperial. La política fiscal severiana, acorde con la tendencia proteccionista hacia los humildes, gravó especialmente a los grupos más acomodados, y se hizo en be­neficio de los sectores sociales afectos a la dinastía, especialmente los soldados. Los im­puestos fueron aumentados y se anularon muchas exenciones fiscales, las tasas sobre manumisiones y herencias se duplicaron, el aurum coronarium, contribución extraordi­naria que ciudades y provincias habían regalado voluntariamente a los emperadores, y que algunos habían condonado, se exigió varias veces, los bona caduca, bienes que no tenían herederos, y que anteriormente iban al aerarium estatal, desde ahora pasaron al fiscus o caja imperial. Pero ello no bastó, y debió añadirse una importante reforma mo­netaria que afectó al áureo y al denario, que fueron devaluados.
Una de las medidas más famosas de Caracalla fue la Constitutio Antoniniana del año 212 d.C., por la cual se extendía el derecho de ciudadanía romana a todos los habi­tantes libres del imperio. Pese a su teórica importancia, los autores antiguos aluden poco a ella. El historiador Dión Casio la presenta como una maniobra financiera desti­nada a recabar nuevos recursos, ya que los ciudadanos pagaban algunos impuestos que no recaían sobre los peregrinos. Se ha discutido el alcance exacto de tal decisión, si afectó a todos los súbditos del imperio o hubo excepciones. Sabemos que después del 212 siguieron existiendo peregrinos, y que los soldados licenciados continuaron reci­biendo la ciudadanía romana como atestiguan los diplomas militares. El descubri­miento en Egipto del Papiro Giessen 40, que contiene fragmentos de tres documentos imperiales, podría confirmar la publicación de la Constitutio Antoniniana, pues uno de ellos alude a la aplicación general de la ciudadanía a los peregrinos. La extensión que pudo tener parece aclararse a la luz de otro importante testimonio, la Tabla de Banasa (Mauritania Tingitana), del 216, que confirma cómo quienes obtenían la ciudadanía romana podían mantener sus derechos particulares y su propio estilo de vida, salvo aquellos que aparecen con la condición de «dediticios».
A tenor del edicto de Banasa, la decisión de Caracalla no parece un urgente artilugio fiscal, impropio de su demagogia, sino la continuación de una política de progresiva difusión de la ciudadanía romana, propulsada al menos desde tiempos de Marco Aurelio y acorde con las ideas universalistas expandidas por religiones y filosofías. Además de simplificarse complejos procesos burocráticos como el censo, con tal medida la población del imperio quedaba jurídicamente equilibrada, como también Roma había propiciado su integración territorial, su unidad política, su dinamismo económico y la difusión de sus modelos culturales a través de una densa y bien trazada red viaria. Red viaria cuyo mejor conocimiento nos lo ofrecen dos importantes documentos elaborados originalmente en aquel tiempo, el Itinerario de Antonino y la Tabu­la Peutingeriana.
8.5. El fugaz Macrino y el extravagante Heliogábalo (217-222)
Tras su victoriosa campaña contra los partos (216), Caracalla pasó el invierno en Edesa. Las operaciones militares debían reemprenderse en la primavera siguiente, pero en abril del 217 fue asesinado a raíz de una conjura dirigida por su prefecto del pretorio Macrino, proclamado inmediatamente emperador por el ejército de Oriente (217-218). Nacido en Mauritania, fue el primer ecuestre que accedió al solio imperial. Pero su gobierno fue fugaz, tenía poderosos enemigos acechándole. Le urgía, ante todo, liquidar la guerra con los partos, y para ello firmó con su rey Artabano IV una paz considerada deshonrosa, pues si bien garantizaba la seguridad de Mesopotamia, hubo que pagarla con mucho dinero. Entre el ejército fue mal aceptada, y su descontento aumentó cuando Macrino, agobiado por las dificultades financieras, rebajó los sueldos miltares. Pero más peligrosa se mostró la oposición de la corte de princesas sirias. Había buscado su favor honrando la memoria de Caracalla y adoptando para él y su hijo Diadumeniano, nombrado César, la onomástica de los Severos. Este intento de vincularse a la dinastía fracasó. Julia Domna, desesperada, murió pronto, pero tanto su hermana Julia Maesa, como sus dos sobrinas, Julia Soemias y Julia Mamea, que defendían los derechos dinásticos de sus respectivos hijos, Basiano y Alexiano, y seguían gozando de enorme prestigio, movieron sus influencias y su riqueza entre las tropas de Siria. Éstas proclamaron emperador al joven Basiano, quien tomó los nombres de Marco Aurelio Antonino, considerándose heredero de Caracalla. Macrino, derrotado cerca de Antioquía, acabó suicidándose (218).
Tras este breve paréntesis, el clan de los Severos retornó al poder. El nuevo emperador es más conocido por el apelativo de Heliogábalo (218-222), nombre del dios solar de Émesa cuyo sacerdocio hereditario ejercía. La Historia no ha dejado un buen recuerdo suyo, las fuentes contemporáneas lo presentan como un ser amante del lujo y los placeres, de costumbres desenfrenadas y obsesionado por el culto a su dios, un negativo perfil quizá exorbitado desde los círculos senatoriales, que habían perdido po­der con la llegada de Septimio Severo, y que consideraban despreciativas para la religión tradicional las actitudes del nuevo emperador. Una vez llegado a Roma, su extravagante apariencia personal, sus costumbres, sus ideas, causaron profunda decepción. Había traído consigo la Piedra Negra o ídolo adorado en el santuario de Émesa, lo que anunciaba el singular rumbo que iba a adoptar su política religiosa. Para acoger tal reliquia construyó un templo en el Palatino, el Elagabalio, donde también se reunieron los símbolos ancestrales de la religión romana, el fuego de Vesta, los escudos de Marte, la piedra negra de Cibeles, etc. Heliogábalo deseaba hermanar los cultos de Oriente y Occidente, la óptica integradora de Caracalla seguía latiendo en él, propiciando el sincretismo solar que habían fomentado algunos de los intelectuales del entorno a Julia Domna.
Quizá Maesa y Soemias no se hacían muchas ilusiones sobre la aceptación de Heliogábalo al frente del imperio, viendo peligrar el futuro de la dinastía. De hecho el emperador, dedicado intensamente a sus funciones sacerdotales, cedió las tareas del gobiemo a sus ambiciosas abuela y madre, ambas Augustas. Dicen las fuentes que se rodearon de un adicto círculo de partidarios, que incluía gentes de muy baja reputación. Heliogábalo no tenía descendencia, y se le fue buscando un sucesor. En el 221 como César a su primo Alexiano, hijo de Julia Mamea.
Las negativas circunstancias acabaron dando el golpe de gracia al singular reinado de Heliogábalo. La situación financiera se había degradado rápidamente tras el breve respiro conseguido por las reformas de Caracalla, retomaba la amenaza de los bárbaros sobre el limes germánico, y dentro de la propia Roma las dos hermanas, Soemias y Mamea, se enemistaron, arrastrando a sus respectivas facciones. Mamea, aprovechando el descontento contra Heliogábalo, se apoyó en los pretorianos para amparar las pretensiones al trono de su hijo Alexiano (Severo Alejandro). Contaba con el apoyo ene su madre, Julia Maesa, que pensaba seguir manejando el escenario político a través de su otro nieto. Se fraguó un complot que acabó con la vida del emperador y de Soemias. La memoria de ambos fue condenada y sus partidarios perseguidos.
8.6. Severo Alejandro y el fin de la dinastía severiana (222-235)
Como contraste con su predecesor, las fuentes nos han dejado de Severo (222-235) una impresión positiva, adornándolo con numerosas cualidades que desde luego no le impidieron ser dominado por su ambiciosa madre. Era un espíritu sensible, había recibido una cuidada educación, gustaba del contacto con intelectuales les, amaba la filosofía. También estaba imbuido de la imitatio Alexandri que había movido a sus predecesores, él mismo había tomado el nombre del gran conquistador macedonio llamándose M. Aurelio Severo Alejandro. Anuló las orientación políticas de Heliogábalo, cuya memoria fue condenada. Como signos elocuentes de los nuevos tiempos, la Piedra Negra volvió a Émesa, y el equipo de jurisconsultos que se había formado junto a Papiniano (Ulpiano, prefecto del pretorio, Paulo, Modestino) retornó a la corte.
Fue también por entonces cuando Dión Casio, nuestro más serio informador sobre este periodo, llegó a alcanzar el consulado, compartiéndolo con el emperador. El gran historiador, al igual que otras fuentes, resalta las actitudes liberales de Severo Alejandro favoreciendo la justicia. Se terminó la persecución contra los supuestos enemigos del Estado, que había sembrado de víctimas el reinado anterior, se limitó el derecho del fisco a quedarse con los bienes de los condenados, que había sido una fuente abusiva de ingresos para la hacienda imperial, se supervisó más a los funcionarios controlando sus excesos mediante procedimientos de apelación, etc. En cuanto a la religión, donde Heliogábalo había hecho gala de sus excentricidades, se adoptó una política tolerante, propiciándose el sincretismo entre los cultos. Según la Historia Augusta, otra ­fuente importante para la época severiana, aunque menos fiable, el emperador dedicó en su palacio dos santuarios donde se dio culto no sólo a los emperadores divinizados , a Alejandro Magno y Aquiles, también fueron venerados Abraham, Cristo, Orfeo, Apolonio de Tiana, Virgilio, etc.
Severo Alejandro trató de recuperar la sintonía con el orden senatorial, devolviéndole algunas prerrogativas que había perdido. En el consilium principis se sentaron no sólo los afamados juristas y los ecuestres que dirigían los principales servicios imperiales, también un amplio grupo de senadores. Se introdujeron algunos cambios importantes en la carrera senatorial, desaparecieron algunas funciones inferiores, y se suprimió la obligatoriedad de ejercer edilidad y tribunado de la plebe entre cuestura y pretura. Y continuó la promoción de los más importantes caballeros, así los encumbrados prefectos del pretorio pudieron entrar en el Senado al nivel de los consulares. Asimismo, varias provincias imperiales fueron dirigidas por gobernadores ecuestres en vez de senadores, lo que presagiaba la importante reforma que en tales mandos iba a introducir el emperador Galieno algún tiempo después. Pero el entendimiento entre emperador y orden senatorial suscitó el descontento entre los sectores militares y, especialmente, entre los pretorianos, que se rebelaron contra su prefecto Ulpiano y le dieron muerte. Bajo tales presiones Severo Alejandro no pudo impedir que algunos senadores cuyo cursus honorum había progresado bajo su protección, así Dión Casio, fueron eliminados de la escena política.
Más atraído por la vida cultural de la corte que por las preocupaciones castrenses, Severo Alejandro tuvo sin embargo que atender la defensa de la frontera oriental del imperio, donde estaban sucediendo cambios importantes. Parthia había sufrido una convulsión política decisiva. Aunque los reyes arsácidas gobernaban teóricamente como soberanos absolutos, de hecho estaban limitados por las ambiciones de los señores feudales. Siendo hereditaria la institución, fueron frecuentes las disputas por el trono, en las que algunas veces se había visto envuelta Roma. Las victorias militares de Septimio Severo habían mermado mucho el prestigio de la monarquía parta, también convulsionada por las tensiones dentro de la familia real, y por la pérdida de imagen edad ante la sociedad, ya que se le reprochaba su inclinación hacia la cultura helénica, y su desatención hacia las tradiciones iranias. En Persia se fue forjando un movimiento de restauración nacionalista, que reivindicaba una vuelta a los tiempos de la dinastía aqueménida. En el 212 el príncipe persa Ardashir, descendiente de Sasán (de ahí el título de “sasánida» con el que se conoce la nueva dinastía), se hizo fuerte en la región de Fars, corazón de la Persia ancestral, desde donde emprendió la conquista de todo el país. Derrotó al último monarca arsácida, Artabán, y tomó la capital, Ctesifonte. Hacia el 227 ya había sido aclamado como rey en casi todo el imperio parto.
Roma tenía desde ahora en Oriente un nuevo y más peligroso enemigo, un estado fuertemente centralizado y con afanes imperialistas, alimentado ideológicamente por la religión mazdeísta predicada siglos atrás por Zoroastro y su libro sagrado, el Avesta, y por el fanático fundamentalismo de una casta de magos intolerantes que la sustentaba. ­Las ansias revanchistas frente a Roma se hicieron pronto realidad, cuando Ardashir Mesopotamia amenazando Siria y Capadocia (230). El emperador, al frente de sus tropas integradas por contingentes de las guarniciones de Italia y el frente renodanubiano, así como por nuevas levas, acudió a reforzar la frontera de Oriente. Con graves dificultades los tres cuerpos en que se había dividido el ejército pudieron operar a través de Mesopotamia. Aunque los romanos llegaron a amenazar Media, la respues­ta persa fue efectiva y les obligó a retirarse con grandes sufrimientos a causa de los ri­gores climáticos (232).
Se supo entonces que los bárbaros habían atacado el limes en Germania y Retia, e incluso amenazaban Italia. Ardashir podía haber aprovechado las circunstancias, pero sorprendentemente no actuó. Mesopotamia fue conservada y también Armenia como aliada. Severo Alejandro tuvo que movilizar nuevas unidades militares, reuniendo un gran ejército para atacar a los alamanes (234). Desde Moguntiacum (Mainz) tomó la iniciativa cruzando el Rhin, pero en vez de asestarles un golpe definitivo prefirió ne­gociar la paz. No está claro qué le movió a ello, pero parece cierto que tal decisión pro­vocó un motín en el ejército dirigido por Maximino, un soldado de origen tracio, muy conocido por su fuerza física. El emperador y su madre fueron asesinados, y la dinastía instaurada por Septimio Severo con el apoyo del ejército, acabó siendo eliminada por una rebelión militar (235).
Tomado del libro “Historia Antigua” (Grecia y Roma) Gómez Pantoja, Joaquín (coord.) Capítulo 18. “El apogeo de Roma: la dinastía de los Antoninos” por Rodríguez-Neila, Juan Francisco. Apartado 8. “El imperio se transforma: los Severos” pp. 640-654 publicado por Ariel Historia 1a.ed. junio 2003 Barcelona, España

Habéis encontrado el medio de repartir la tierra y el mar. Y es cierto que el Ponto separa los continentes, pero ¿cómo ibáis a repartir a vuestra madre? ¿ Y cómo, mísera de mí, sería yo partida y distribuida entre cada uno de vosotros ? Matádme, pues, y que cada uno separe su parte y la entierre en su territorio. Así también sería yo dividida entre vosotros, lo mismo que la tierra y el mar.30
30. Literal de Herodiano, Historia del Imperio romano después de Marco Aurelio, IV, 3. 
Traducción según versión de Paloma Aguado con pequeñas modificaciones por parte del autor de la novela.***

P.d. Esta nota tuvo que ver: 1) con el libro de Salman Rushdie TSV anteriormente, hace años; y posteriormente, ahora 2), con un libro que estoy leyendo "Yo, Julia"*** de Posteguillo, Santiago sobre la mujer de Séptimo Severo. Añado las citas de TSV a continuación:
Page 38
Triumphal arch of Septimus Severus
Dated 203 CE. In Saladin Chamcha’s paternal home in Bombay there’s a reproduction of the triumphal arch of this Roman Emperor. It draws together two themes: one, the conquest of England (Severus put down a rebellion in the colony), and two, the battle between father and son–Severus’ son Bassianus Caracalla Antonius plotted to kill him, Severus accusing him of “want of filial tenderness.” When Severus eventually died, Caracalla married his mother, and then murdered thousands of the citizens of Alexandria when they started making Oedipus jokes about him. (David Windsor) See also note on Septimus Severus, below, p. 292 [301]. A picture of the arch.
Page 292
black clown of Septimius Severus
According to the highly unreliable Historia Augusta (written in late antiquity), when Severus (born in North Africa and Emperor of Rome 146-211 AD) encountered a black man widely reputed to be a buffoon, he was not amused, but considered the meeting an ill omen. He urged his priests to consult the organs of a sacrificial animal, which they also found to be black. Not long after, he died. There are some grounds for believing that Severus himself may have been black. See also note on the Triumphal Arch of Septimus Severus, on p. 38.

https://www.jstor.org/stable/41545357

Bust of Septimus Severus in the Granet Museum, Aix-en-Provence. Photo by Paul Brians