sábado, 4 de octubre de 2008

Pinochet (ni) al revés






















EL GOLPE AL EXCÉLSIOR SI HUBIÉRAMOS... «CARAJO, JULIO, NOS FUIMOS MUY PRONTO DE LAS OFICINAS», DIJO VICENTE LEÑERO A JULIO SCHERER. SE REFERÍA AL DÍA EN QUE DE FORMA VIOLENTA, ESBIRROS DEL GOBIERNO LOS DESALOJARON DEL EXCÉLSIOR EL 8 DEJULIO DE1976. «ALGÚN DÍA VOY A ESCRIBIR SOBRE LO QUE HABRÍA PASADO SI NOS HUBIÉRAMOS QUEDADO», PROMETIÓ LEÑERO, AUTOR DE LOS PERIODISTAS, LA NOVELA QUE REGISTRA ESOS HECHOS. A TREINTA AÑOS DEL GOLPE A EXCÉLSIOR, EN EXCLUSIVA PARA CHILANGO, VICENTE LEÑERO CUMPLE SU PROMESA...Y REESCRIBE ESA FECHA FUNESTA EN NUESTRA HISTORIA. POR: VICENTE LEÑERO Advertencia del autor: Esta es una variante imaginaria (en cursivas) del capítulo Ocho, Segunda Parte, de Los Periodistas (Editorial Joaquín Mortiz, 1978), páginas 221 a 223.
8/7/76 LA COMISIÓN SE RETIRÓ. NOS DABAN QUINCE MINUTOS PARA ABANDONAR EL PERIÓDICO O SUFRIR EL ENFRENTAMIENTO.


Se anunció que una comisión de reginistas pedía hablar con el director para informarle oficialmente de los acuerdos tomados en la (amañada) asamblea: se había suspendido al director, al gerente y a los cinco (Arturo Sánchez Aussenac, Leopoldo Gutiérrez, Ángel Trinidad Ferreira, Jorge Villalobos y Arnulfo Uzeta, acusados absurdamente de gangsterismo y pistolerismo por oponerse a las maniobras del grupo reginista, diez días antes), y se había encomendado al consejo de administración asumir el manejo del periódico, dado lo cual se pedía a las autoridades removidas desocupar las instalaciones; de no hacerlo se les haría responsables de lo que pudiera ocurrir.
Víctor Payán encabezaba la comisión reginista:
-El periódico debe salir, Julio. Yo lo siento mucho pero así es, no hagan más difíciles las cosas.
-Por las buenas.
La comisión se retiró. Nos daban quince minutos para abandonar el periódico o sufrir el enfrentamiento.
-No nos vamos, Julio, no nos vamos - decían Bambi y María Idalia.
El jefe de linotipos Carlos Gavidia acrecentó el desconcierto:
-Yo vengo por hueso para linotipos, don Julio. El periódico tiene que salir. Necesito material.
-El periódico tiene que salir.
-Si nos vamos no regresamos nunca.
-Puede haber muertos.
-Perderemos el periódico para siempre don Julio.
Ya lo perdimos no tiene caso cada quien haga lo que quiera acaban de entrar en la redacción vámonos señor director don Hero vámonos es inútil.
-No don Julio, no don Hero, no se vayan - suplicaba llorando Reynaldo Hernández, ayudante de Revista de Revistas.
Miguel Ángel Granados alzó la voz, y aunque muchos no alcanzaban a verlo, oculto por la multitud que abarrotaba la oficina de la dirección, todos lo escucharon:
-Un enfrentamiento tendrá consecuencias trágicas y nada ganaremos porque no podremos hacer el periódico ni mantenernos acuartelados por mucho tiempo. Yo pienso que debemos salir ahora dignamente, pero ésa es una decisión y una responsabilidad personales. Yo asumo la mía y me voy:
-Vámonos

DURANTE MINUTOS ETERNOS, UN GRUPO DE FIELES A JULIO NOS MANTUVIMOS ATRINCHERADOS EN SU DESPACHO.
Yo asumo la mía y me voy vámonos. Yo asumo la mía y me voy vámonos. Yo asumo la mía/
- iNo nos vamos! -exclamó Julio.
- ¡No nos vamos y háganle como quieran! -repitió a gritos Manuel Becerra Acosta cuando Víctor Payán regresó al despacho de la dirección para exigimos de nuevo que abandonáramos el edificio porque ya se había concluido el plazo.
De comedida y pacifista, la actitud de Payán se había transformado en beligerante. Se advertía colérico, y eso atemorizó a muchos de los que nos apiñábamos ahí. Era evidente que los reginistas se hallaban dispuestos a consumar el golpe por la fuerza. Sus agentes policiales, sus represores a sueldo disfrazados de cooperativistas con esos ridículos sombreros de soyate que habían convertido en "la indiada" a los reprimidos por "el imperio de la dirección", empezaban a volverse tangibles en la sala de reporteros, en los pasillos, en los rincones, en las escaleras que descendían al segundo piso y a la planta baja.
Hero hijo se asomó por la antesala y descubrió a varios gorilas empistolados. Ya no ocultaban sus armas; algunos las empuñaban al aire, ostensiblemente, mientras se movían de un lado a otro, como al acecho, entre reporteros, colaboradores y empleados de administración que habían participado, una hora antes, en nuestra segunda asamblea celebrada en la redacción para impugnar la espuria de los reginistas. El estado de cosas se volvía poco a poco aterrador. Nubes negras, henchidas, a punto de tormenta. Bomba de tiempo. Conflagración inminente.
Durante minutos eternos, un grupo de fieles a Julio nos mantuvimos atrincherados en su despacho, en la antesala, en el área de la subdirección. Otros lo hacían en la gerencia del segundo piso adonde había regresado Hero Rodríguez Toro para enfatizar su decisión de mantenerse en el periódico, en su puesto.
-Estos cabrones van en serio-dijo Becerra Acosta a Julio, y Julio se tensó el cabello, oprimió los puños.
-No tardan en comenzar los chingadazos -dijo Samuel del Villar.
-Pues a ver de a cómo nos tocan -se envalentonó Manuel Sandoval.
Pedro Álvarez del Villar fue a auscultar el área de talleres -nos dijo-- para averiguar qué estaba pasando allá. No volvió. Desde el despacho de Julio escuchamos los primeros ruidos secos, lejanos, como cohetes. Eran disparos. Uno. . .dos... tres, cuatro. Los agentes disfrazados de indiada empezaron a cumplir sus órdenes.
El pánico se desfloró como un avispero. Nuestros compañeros corrían por la redacción, huían por las escaleras, se ocultaban en las oficinas.
-iEstán disparando!
-¡Ya vienen para acá!
Gritos, empellones, macanazos contra quienes interrumpían el paso de los sombrerudos. Más disparos: algunos al aire, otros que se estrellaban en las paredes y uno que perforó el muslo del reportero Federico Gómez Pombo, según me dijo después Carlos Marín, que lo vio todo. El rumor de gritos y de carreras parecía el oleaje de un mar embravecido. No todos conseguían ponerse a salvo en su estampida; algunos enfrentaron a los sombrerudos a punta de empellones, otros se escudaban con las sillas giratorias de la sala de redacción y las sacudían contra sus atacantes. Lanzada con fuerza por Pepe Reveles, una máquina de escribir voló por el aire y cayó sobre un gorila que disparaba.
Cuando me sentí empellado hacia fuera de la antesala de Julio, por una instintiva reacción de pánico de quienes estaban detrás, alcancé a ver al grupo que formaban María Idalia, Bambi, Laura Medina y Maruxa Vilalta corriendo por las escaleras hacia el segundo piso. Tropezaban, caían, gritaban. Gastón García Cantú y Abel Quezada ya habían logrado llegar a la planta baja y salir a la calle, mientras dos inmensos gorilas, subiendo a zancadas, tundían a golpes a Rafael Rodríguez Castañeda, a Manuel Pérez Rocha, a don Abraham López Lara que nunca se repuso de la tranquiza recibida. Ví también el momento en que la cámara del fotógrafo Aarón Sánchez se estrelló, desbaratada, a las puertas del elevador, y alcancé a distinguir el momento en que cuatro agentes armados de pistolas y macanas, a quienes Manuel Camín instruía con gestos y ademanes desde una columna rinconera, irrumpían en la dirección.
Yo me había agarrado al barandal de la escalera, esquivando a los sombrerudos que trepaban de dos en dos los escalones, cuando un terrible manotazo en el cuello me hizo perder el equilibrio. Escuché un disparo, un grito a mis espaldas, y rodé por los peldaños porque no alcancé a detenerme de Enrique Rubio que bajaba por delante. Un pisotón. A la altura de la sien derecha mi cabeza chocó en el filoso ángulo de granito y perdí el conocimiento. Lo último que recuerdo fue el dolor: como si me hubieran clavado un punzón hasta el cerebro.
Luego supe que después de una breve e intensa zacapela ocurrida en la oficina de la dirección -en la que resultaron heridos Samuel del Villar y el corresponsal costarricense Armando Vargas - Ios gorilas ensombrerados se identificaron como agentes de la judicial y detuvieron a Julio Scherer:su único objetivo, su única presa. Lo llevaron a la Procuraduría del Distrito Federal.
Supe también que nuestro gerente, Hero Rodríguez Toro, sufrió un infarto poco antes de que allanaron su oficina, y su hijo Hero y su secretaria Marta Sánchez lo trasladaron al hospital ABC.
Además de los golpeados y heridos de bala -unos treinta heridos del grupo de Scherer, quizá más- se contabilizaron cinco muertos -fueron quince oficialmente--. Uno de ellos: nuestro compañero Pedro Álvarez del Villar, asesor de la dirección y de la gerencia, quien en el área de talleres fue golpeado en la cabeza con una herramienta de trabajo por un prensista de los rijosos de Regino. Según Zabludovsky, el prensista accionó en defensa propia cuando Álvarez del Villar y otros schereristas intentaron apoderarse por la fuerza del área de máquinas.
Desperté de mi conmoción, una hora después, en el auto de Adolfo Aguilar y Quevedo, estacionado en la lateral de Reforma. Un chofer de traje gris encendió el motor y abandonamos el sitio sorteando a los curiosos que se arremolinaban frente al edificio de Excélsior. Me punzaba la cabeza pero estaba consciente de nuevo.
En el noticiario 24 Horas de esa noche, Jacobo Zabludovsky -servil a Echeverria como a todos los presidentes priistas que vinieron después- deformó los hechos siguiendo su costumbre. Dijo que el zafarrancho ocurrido en Excélsior, después de una asamblea de los cooperativistas celebrada «en absoluto orden y en cabal cumplimiento de los estatutos»fue provocado por los miembros del grupo de Julio Scherer, «descontentos porque su director y su gerente habían sido destituidos». Eran los schereristas los que estaban armados y los que cometieron los asesinatos y el desorden. En la oficina de la dirección general-mintió Zabludovsky-- se encontraron dos cajas de armas de fuego que fueron distribuidas entre los rebeldes que provienen -de acuerdo con las primeras investigaciones de la Procuraduría- del ejército sandinista de Nicaragua «con quien Scherer tenía nexos». Zabludovsky celebró la detención de Julio que ha puesto punto final-dijo el locutor- «a una
era de periodismo amarillo y desestabilizador de nuestra democracia».


EL PÁNICO SE DESFLORÓ COMO UN AVISPERO. NUESTROS COMPAÑEROS CORRÍAN POR LA REDACCIÓN, HUÍAN POR LAS ESCALERAS, SE OCULTABAN EN LAS OFICINAS.
En el mismo programa de24 Horas, Ricardo Rocha -el joven y trepador reportero a quien Zabludovsky encomendó la difamación de Excélsior en el asunto de Paseos de Taxqueña- entrevistó al nuevo director Regino Díaz Redondo. Regino lamentó los hechos, las muertes, los heridos, "pero ya todo está en calma -sonrió--. Rescatamos el periódico y hoy empieza una nueva Época en Excélsior al servicio de la verdad y del país".
Como bien dijo Manuel Becerra Acosta, el golpe nos hizo talco. Pese a nuestras denuncias, a nuestras manifestaciones en público, a las crónicas que se publicaron en el extranjero sobre lo ocurrido el ocho de julio -las más exactas y severas fueron las de Alan Riding en el New York Times-, nuestra protesta y nuestra furia terminaron acalladas por el silencio criminal de la prensa mexicana y por el golpeteo implacable de Televisa y Zabludovsky. Desde la cárcel, Julio Scherer trató de mantenemos unidos, de planear con nosotros una revista que se llamaría Proceso -nombre propuesto por Enrique Maza-, pero que nunca terminamos de organizar, huérfanos como estábamos de la presencia tangible de nuestro director.
Hero Rodríguez Toro falleció a consecuencia del infarto sufrido en su oficina. Manuel Becerra Acosta se fue a vivir a España. Miguel Ángel Granados Chapa aceptó dirigir Radio Educación. Samuel del Villar ingresó al despacho de Jorge Barrera Graf. La mayor parte de los reporteros se fueron dispersando y diluyendo, poco a poco, en otros diarios, en otras publicaciones. Era una verdad irrebatible que Julio Scherer padecía injustamente los cargos de sedición con que lo acusaban, pero todos los intentos legales para sacarlo de la cárcel se convertían en una maraña burocrática de aplazamientos absurdos, de gestiones inútiles, de complicidades políticas. Ni su primo lejano, el nuevo presidente López Portillo, hacía nada para contrariar lo que parecía un capricho cruel, una venganza artera del ex mandatario Echeverría. Cada vez que la prensa internacional clamaba en contra del encarcelamiento del periodista, Zabludovsky atizaba el fuego anti Scherer y nuestros colegas de la prensa mexicana lo secundaban con el silencio cómplice o con diatribas sutiles que hacían de Julio un "comunista confeso al servicio de Fidel Castro y de la guerrilla sandinista".






















La verdad terminó sepultada en el Iodo. El país comenzó a pensar en otros problemas.
Cuando Julio Scherer salió por fin de su encarcelamiento -que se publicitó como un gesto magnánimo de López Portillo en su primer trimestre de gobierno ya nadie tenía fresco el golpe del ocho de julio. Fue noticia de primera plana, desde luego, pero ninguno de los reporteros buitres de El Universal, del Novedades, de El Heraldo, consiguió de Julio una entrevista, una declaración de banqueta, un gesto acusador. Se fue directo a su casa de Gabriel Mancera y allí lo acompañamos algunos seguidores en lo que fue una noche memorable. Se volvió a hablar del proyecto Proceso, se hicieron vagos planes de compactarnos de nuevo, pero todo se quedó en eso, en planes, en calenturas de desquite, en ansias de reinventar aquel periodismo histórico.
No necesitó pasar mucho tiempo. Al día siguiente, Julio se dio cuenta de que estaba completamente solo.
Miguel Ángel Granados alzó la voz, y aunque muchos no alcanzaban a verlo, oculto por la multitud que abarrotaba la oficina de la dirección, todos lo escucharon:
-Un enfrentamiento tendrá consecuencias trágicas y nada ganaremos porque no podremos hacer el periódico ni mantenemos acuartelados por mucho tiempo. Yo pienso que debemos salir ahora dignamente, pero ésa es una decisión y una responsabilidad personales. Yo asumo la mía y me voy.
-Vámonos.
-Yo quiero salir de tu brazo, Julio -dijo Abel Quezada.
-Del brazo tuyo y del brazo de Gastón y del brazo del licenciado Granados y del brazo de Hero y del brazo de todos. Salgamos todos juntos -dijo Julio Scherer encaminándose a la puerta de la oficina.
Al llegar a las escaleras repletas de ensombrerados y escuchar los primeros ¡fuera! ¡fuera! ¡fuera!, nuestra respuesta fue unánime: ¡Sche-rer Excél-sior! ¡Sche-rer Excél-sior! Bajamos gritando sin mirar a quienes nos miraban. No sentíamos el peso del cuerpo. Nuestras piernas de hilacho parecían caer sobre escaleras de arenas movedizas y los muros, la gente, las puertas del edificio, la calle, el tránsito, la banqueta familiar, los establecimientos de todos los días se desenfocaron como si la cámara de Televisa apuntada contra el grupo compacto que abandonaba el periódico sustituyera nuestra mirada dando únicamente foco a las figuras próximas y negándose al big long shot de aquel insólito desfile por la acera oriente del Paseo de la Reforma entre el asombro de los transeúntes borrosos, dejando atrás las oficinas de Iberia, el estacionamiento al aire libre, el restorán La Calesa, deteniendo el tránsito de Donato Guerra y desmadejándose en la segunda cuadra para volverse de nuevo un grupo compacto en la esquina con avenida Morelos. ¡Sche-rer Excél-sior! ¡Sche-rer Excél-sior! Entre el asombro de automovilistas y andantes vueltos hacia ese grupo de tipos, quién sabe qué ocurre. Justo al salir del edificio un reportero fuera de foco trató de entrevistar a Miguel Ángel Granados quien lo apartó con una exclamación tronante: ¡Es un golpe del fascismo! Reporteros de otros diarios que jamás se preocuparon por Excélsior eran rechazados por el director general. Julio Scherer caminaba en la punta con Abel Quezada a su derecha, Gastón García Cantú a la izquierda y detrás Armando Vargas, Amulfo Uzeta, Jorge Villa caminando como disparados, dueños de una acera, sin rumbo ya; cien periodistas caminando detrás de Julio Scherer hasta la esquina con Morelos. Lloraban Jorge Ramírez de Aguilar, el grandote Ramón Márquez, el güero Manuel Arvizu, Marta Sánchez. Se conformaban grupos para abrazar al gerente y al director. Se acercaban amigos, curiosos, lectores de Excélsior.¿Pero qué pasó? ¿Cómo estuvo? , preguntó Francisco Zendejas. Media hora estacionados en la vía pública sin saber qué hacer ni a dónde ir. No nos separemos, fue la consigna.
Lo demás es historia.

CUANDO JULIO SCHERER SALIÓ POR FIN DE SU ENCARCELAMIENTO -QUE SE PUBLICITÓ COMO UN GESTO MAGNÁNIMO DE LÓPEZ PORTILLO EN SU PRIMER TRIMESTRE DE GOBIERNO- YA NADIE TENÍA FRESCO EL GOLPE DEL OCHO DE JULIO.
A las pocas semanas de que el grupo de Julio Scherer García salió de Excélsior-tras el golpe de Echeverría que instrumentó Regino Díaz Redondo- se me ocurrió componer, con todo y música, uno de esos corridos al estilo de nuestro folclor popular sobre la tragedia del periódico. Así como se narran brevemente los avatares de ídolos o personajes históricos, así intenté yo contar y cantar lo que era, según pensábamos, una desgracia para el periodismo del país.
Una mañana, antes de las reuniones que a diario teníamos en la casa de distintos compañeros, donde fraguábamos planes, donde empezábamos a bosquejar lo que sería la revista Proceso, les canté quedito mi corrido a Julio y a Miguel Ángel Granados Chapa. Tenía la intención de llevárselo a Óscar Chávez -famoso por sus canciones de protesta- para que lo cantara, a manera de denuncia, en aquellos shows que presentaba en La Edad de Oro.
-No lo va a cantar -me dijo Julio.
-¿Por qué?
-No lo va a cantar.
Me topé con Óscar Chávez en los estudios Churubusco. Le entregué las páginas donde había escrito la letra del corrido.
-Seguro que lo canto -prometió-, pero déjame que yo le ponga la música.
No volví a saber de Óscar Chávez en tres meses. A finales de octubre del 76, Miguel Ángel Granados, Roberto Galindo, Carlos Marín y yo nos apersonamos en la Edad de Oro para reír con el show político del cantante.
En un intermedio, Óscar Chávez fue a sentarse a nuestra mesa. Carlos Marín le preguntó por el corrido de Excélsior.
-Mis compañeros no me dejaron ---se disculpó-. Tienen miedo de que les apliquen la ley del hielo en los periódicos, como represalia. De todos modos lo voy a grabar en un disco, por mi cuenta. Yo no me asusto.
Tenía razón Julio, pensé. Y adiós: hasta perdí mi texto original, olvidé la tonadita.
Dos años más tarde, en 1978, escribí y publiqué en Joaquín Mortiz Los periodistas. Andaba yo por la Gandhi cuando me encontré una tarde con Óscar Chávez. Nos saludamos como siempre, y cuando estaba apunto de despedirme, me detuvo.
-Espérate.
Metió su derecha en el bolsillo de la chamarra y extrajo un caset, de aquellos de cinta, de la marca Ampex 370.
-Aquí está el corrido -dijo-, cantado por mí y con música mía.
Para que veas que no se me olvidó. Pienso incluido en mi próximo disco.
Nunca lo incluyó, nunca lo cantó en público, pero me emocionó el detalle. Aún conservo ese único caset, aunque está un poco deteriorado: se atora a cada rato en el rewind.
Publico por primera vez la letra del corrido. Es chafón, pero traduce bien el estado de ánimo con el que vivíamos después del golpe a Excélsior hace treinta años.
EL GOLPE, ANTES QUE MATAR, INYECTÓ VIDA
E18 de julio de 1976 marcó para siempre la vida periodística de México. El apogeo del periódico Excélsior contrastaba ese día con sus páginas centrales. En las que se anunciaba la destitución inminente de su director. Julio Scherer García. quien lo dirigía desde 1968. Se le acusaba. entre otras cosas. de un supuesto mal manejo de 14 millones de pesos extraídos de las arcas de la cooperativa del diario. Sin embargo. el trasfondo de la destitución fue otro: el golpe al más importante medio periodístico mexicano de entonces surgió desde la presidencia de Luis Echeverría Álvarez.
Junto con Julio Scherer salieron. En medio de una violenta sesión de la cooperativa que hasta 2006 gobernó el diario. un nutrido grupo de periodistas. En unos cuantos meses. y gracias a la solidaridad de lo sociedad. Scherer pudo fundar. Junto con Vicente Leñero y otros el semanario Proceso, que durante años fue una de las pocas voces que incomodaban al poder totalitario de los presidentes priistas. De ese golpe nacieron además el diario Unomasuno, presidido por el revolucionario Manuel Becerra Acosta, y Vuelta, el mensual dirigido por Octavio Paz. Luego. del Unomasuno saldrían muchos de los que fundaron La Jornada, y de Vuelta surgiría Letras Libres. Por tanto, los medios independientes de hoy deben mucho a quienes en torno a Julio Scherer, Becerra Acosta y Paz criticaron a Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas de Gortari.


















EL CORRIDO DE EXCÉLSIOR

JULIO DEL SETENTA Y SEIS
Julio del setenta y seis,
lo que les cuento pasó:
se acabó con el Excélsior,
la libertad de expresión.
Era el periódico Excélsior,
la única prensa decente,
la única voz disidente
de este país dependiente.
Con don Julio y con don Hero
se puso a prueba la crítica,
la apertura democrática,
la disidencia política.
Con libertad absoluta
sus escritores juzgaban;
las noticias denunciaban
lo que otros disimulaban.
No aguantó nuestro gobierno
oír tantas claridades,
las diarias calamidades
de purititas verdades.
Julio del setenta y seis,
lo que les cuento pasó:
se acabó con el Excélsior,
la libertad de expresión.
Y contra Excélsior ,lanzó
con vanidad resentida,
toda su rabia escondida,
toda su fuerza homicida.
Se valió de los traidores,
del ambicioso Regino,
de Zavala y Juventino
y el grupo de Bernardino.

Les ofrecieron la fama,
con dinero los compraron,
con drogas los azuzaron,
con embutes los castraron,
Toda la prensa vendida
al ataque se sumó,
y al Excélsior calumnió.
¡claro!, la televisión.
Julio del setenta y seis,
lo que les cuento pasó:
se acabó con el Excélsior
la libertad de expresión.
En una falsa asamblea,
con porros pa los trancazos,
a gritos y sombrerazos
ahí nos hicieron pedazos.
Era imposible oponer
la razón a la violencia,
la verdad a la inconsciencia
la decencia a la indecencia.
Sólo la prensa extranjera
dijo con gran osadía
que el golpe a Scherer García
fue de Luis Echeverría.
El Excélsior ,que hay ahora.
nadie se engañe, señores,
es un diario de traidores,
de arribistas y esquiroles.
Julio del setenta y seis,
lo que les cuento pasó:
se acabó con el Excélsior
la libertad de expresión.