viernes, 25 de mayo de 2012

"Deus ecreve direito em linhas tortas"



DON JOSÉ, PEPE Y PEPITO 

POR
JUAN IGNACIO LUCA DE TENA


                PERSONAJES
  • Francis 
  • Pepe
  • María Vela 
  • Pepito
  • Anita 
  • Percy
  • Doña Petra 
  • Un Criado
  • Don José 
  • Un Enfermo

PRIMER ACTO

Amplia estancia que sirve de despacho y salón de estar al insigne doctor Don José de la Riva ("DON José"), clínico general, famoso investigador e ilustre literato, miembro de número de las Reales Academias Española, de la Historia, de Medicina, de Bellas Artes de San Fernando y de Ciencias Morales y Políticas. Grandes bibliotecas cubren las paredes. En primer término derecha hay una puerta que comunica con habitaciones interiores. Entre el lateral derecha y el foro, en chaflán (1)  un hueco, lo más amplio posible, que da a la clínica propiamente dicha, separada del resto de la escena por grandes cortinas practicables. En el centro del foro, la puerta de  entrada que da a un vestíbulo. En el lateral de la izquierda, un amplio ventanal. Muebles lujosos y de buen gusto. En primer término derecha, tresillo inglés tapizado de terciopelo. A la izquierda, la mesa de despacho está cerca del ventanal y colocada de forma que cuando Don José se sienta ante ella se encuentra de perfil respecto al público. Dos sillones, uno a cada lado de la mesa. Un cuadro de mérito, donde quepa. En la clínica (foro derecha), una cama de reconocimiento, aparato de rayos X, mesita con instrumental, una peana redonda y una silla; todo blanco. Media la tarde de un día de primavera. Al levantarse el telón, las cortinas de la clínica están abiertas.

(Don José, de bata blanca, sale de
 la clínica con un enfermo y le acompaña
hasta la puerta del foro, donde le 
despide.)
DON José.-Adiós. Esté usted
tranquilo y no cambie nada el régimen
que le puse. Vuelva usted dentro
de un par de meses.
ENFERMO.-¿Tanto tiempo?...
DON José.-El necesario para que
mejore usted más. Hoy lo he encontrado
a usted muy mejorado.
ENFERMO.-(Con la cara iluminada.)
¡Gracias, doctor!
DON José.-¡Adiós…! (El enfermo
se va. Don José se encamina a
su mesa, se sienta, coge un tarjetón
y se pone a escribir. Luego llama:)
¡Anita! (Anita es la enfermera; una
mujer agraciada de treinta y tantos
años. Sale de la clínica, también de 
bata blanca.)
ANITA.-Mande usted, don José.
DON José.-(Escribiendo.) Espere...
Tome: añada usted esta nota
a la ficha de ese enfermo. ¿Sabe
usted cómo se llama?
ANITA.~¿Ese que acaba de salir?
Sí, señor: don Felipe Garrido.
¿Lo ha encontrado usted peor, verdad?
DON José.-No vivirá dos meses.
Los hay que vienen a verle a uno
con la dirección equivocada. Acuden
al médico cuando debían ir al
sepulturero.
ANITA.-Así es. (Mientras Don
José trabaja ante su mesa, Anita con
la nota en la mano, se acerca a un
mueble fichero, lo abre, busca.)
G..., G..., G... ¡Aquí está la G!
DON José.-( Dando un grito.)
¿Qué es esto?
ANITA.-¡Ay! ¿El qué?
DON José.-¡Este cuaderno que
está entre mis papales! No es mío.
ANITA.-¡Je! Será el señorito (2) 
Pepito; seguramente apuntes de sus
lecciones.
DON José.-¿Pero estudia aquí?
ANITA.-Algunas mañanas antes 
de ir a clase, mientras está usted en 
el hospital.
DON José.-(Ojeando el cuaderno.) 
¡Sí, sí buenos apuntes son!

"Te quiero por lo bonita, 
por tu garbo sandunguero, (3)
por tu preciosa boquita,
por tu gracia y tu salero."

ANITA.-jJa, ja, ja!
DON José.-¿A quién irá dirigido
este poema?
ANITA.-¡Ni idea! Pero el señorito 
Pepito... ¡Vamos!
DON José.-¿Qué?
ANITA.-¡Nada! Que el que lo heda, 
no lo hurta.
DON José.-¡Anita!. . .
ANITA.-¡Perdóneme usted, don
José! ... (Y, azorada, sigue buscando 
la ficha del enfermo.)
DON José.-En primer lugar, yo 
no hice nunca versos tan malos. 
Cuando tenía diecisiete años, 
como ahora mi hijo. . .
ANITA.-Ni a los diecisiete ni a 
los cuarenta y siete. No lo decía 
por usted. . .
DON José.-¿Entonces. . . ? 
ANITA.-(A media voz.) Por el 
abuelo. . .
DON José.-¡Anita! 
ANITA.-¡Ay! ¡Perdóneme usted 
otra vez, don José. ..! .
DON José.- ¡Si es que la desconozco 
a usted! En los años que
lleva usted trabajando conmigo es la 
primera vez que se toma usted una
confianza. Su discreción era una de 
sus cualidades. Yo la quiero a usted 
mucho, Anita. Es usted inteligente 
y trabajadora. Y como no quisiera 
prescindir de usted nunca, le agradeceré 
que en adelante se abstenga 
de hacer juicios sobre mi padre y 
sobre mi hijo.
ANITA.-Estoy sofocadísima. . . (4)
DON José.-Pues dejemos esto.
¿Quedan enfermos en la sala de 
espera?
ANITA.-No señor. Ninguno. 
DON José.-Menos mal. Tome
usted  mi bata. (Se levanta y se la da.)
ANITA.-¿Va usted a salir? Hoy 
es día de Academia.
DON José.-No puedo ir. Estoy
esperando  una visita importantísima.
ANITA.-Ya sé. Al representante 
de la casa "Francis Grey and 
Company", de Nueva York.
DON José.-Usted lo sabe todo, 
Anita; pero esta vez sus noticias son 
atrasadas. A quien espero es al propio 
Mister Francis Grey, presidente 
de esa sociedad, la primera del mundo 
en construcción de material quirúrgico.
ANITA.-Va usted a tener en Madrid 
el mejor hospital de Europa.
DON José.-Así lo espero. También 
ignora usted que Mister Grey, 
o su sociedad, de eso no estoy muy 
seguro, quiere contribuir a nuestra 
fundación nada menos que con un 
millón de dólares.
ANITA.-¡Qué enormidad! Y eso, 
¿por qué?
DON José.-Lo mismo me estoy yo 
preguntando hace una semana. 
Por colocación de capital no será, 
puesto que se trata de una fundación 
exclusivamente benéfica.
ANITA.-Pues como yo, según usted, 
creo saberlo todo, me parece 
que adivino la razón de que ese señor 
americano desee colaborar con 
usted tan espléndidamente.
DON José.-¡Caramba!
ANITA.-Por usted, doctor; por 
su bondad, por su talento, porque su 
fama ha traspasado todas las fronteras 
sin pasaporte oficial; porque 
esa obra será la coronación del esfuerzo 
del genio y de la voluntad 
de un hombre: usted.
DON José.-¡Anita! ¡Je! ¡Qué 
exaltación! Decididamente, hoy no 
es usted la misma. Le ha ocurrido 
algo.
ANITA.-No, señor; nada nuevo. 
DON José.-Pues no me adule usted 
más, que me ruborizo.
ANITA.-¡Jamás le he adulado a
usted, don José! Ni a nadie.
DON José.-Perdón... Ahora soy
yo quien le pide a usted perdón. . .
ANITA.-¿Usted a mí...? ¡Por 
Dios, don José! (Por el foro llega 
Pepe, un viejo setentón, alegre y 
simpático. Viste con elegancia y 
buen gusto.)
PEPE.-Buenas tardes, hijo. 
DON José.-¡Hola, papá!
PEPE. - (Acercándose a Anita.)
¿Qué hay, preciosidad...?
ANITA.-(Guardando las distancias.) 
Buenas tardes. . .
PEPE.-: ¡Qué esquiva eres!
ANITA.-Es que le conozco a usted. 
Con permiso... (Se va por el 
hueco que da a la clínica, y antes 
de irse cierra las cortinas.)
DON José.-Te he rogado muchas 
veces, papá, que no te tomes confianzas 
con Anita.
PEPE.- ¡Pero si no me las tomo!
¿No ves que no me deja?
DON José.-No me gustan nada 
esa clase de bromas.
PEPE.-No me riñas más. Eres 
más serio que un tratado de Patología.
DON José.-Es mi oficio. Y vale 
más ser un tratado de Patología que
un número de La Codorniz (5). 
PEPE.-Pero menos divertido. 
DON José.-Quizá...
(Don José vuelve a trabajar ante
su mesa. Pepe se sienta en el sofá
de primer término derecha y coge un 
periódico.)
PEPE.-¿Te estorbo?
DON José.-Si no me hablas, no.
(Pausa.) Estoy esperando a Mr. 
Grey.
PEPE.-¡No me hables! (Reacción 
retardada.) ¿Eh, aquí? ¡Si me dijiste
que no había llegado a Madrid!
DON José.-Y no llegó, en efec­to,
esta mañana, cuando yo fui a
esperarle al único avión de línea
procedente de Nueva York que pa­saba
hoy por Barajas.(6)
PEPE.-¿Entonces. . . ?
DON José.-Su secretario me ha
telefoneado desde el Palace.Han 
venido en un avión particular. . .
PEPE.-¡Córcholis! Como Tru­man.(7)
¿Sabes que ese Mister Grey
debe tener más millones que pelos
en la cabeza?
DON José.-Pero me temo que
no llegaremos a un acuerdo. Yo
siempre pensé que todo el material
y las instalaciones fueran de la casa
"Grey and Company". No los hay
mejores. En eso no habrá dificultad.
¡Pero esos millones que ofrecen…!
¿Con qué condiciones? Porque com­prenderás
que, aun teniendo en
cuenta el dinero que hemos logrado
aportar hasta ahora, si Mr. Grey
nos da un millón de dólares, que
son casi, o sin casi, cincuenta mi­llones
de pesetas, se convierte ipso
facto en el dueño absoluto de nues­tro
hospital; él o su sociedad. ¿Qué
me van a pedir a cambio? Esta es
la cuestión.
PEPE.-Mira, nene: tú eres un
sabio, una gloria nacional, y yo no
soy más que tu padre, ton vieux 
père,(8) que diría monsieur Pinay.
Aseguran que el diablo sabe más
por viejo que por diablo. ¿Le permites 
a tu viejo padre que te dé un 
consejo?
DON José.-¿En calidad de viejo?
PEPE.-O de diablo, como quieras. 
Limítate hoy con Mister Grey 
a ver, oír y callar. Mañana pídeles 
su parecer a los señores y señoras 
del Patronato. Y pasado haz tú lo 
que te dé la gana.
DON José.-¡Bien!
PEPE.-Si Mr. Grey no te exige 
algo indigno o humillante debes 
aceptar sus millones sin vacilar.
(Por el foro llega Pepito, muchacho 
de diecisiete años, que viste su 
primer pantalón largo. Trae en la 
mano un paquete de libros atado 
con una correa, que deja caer en 
cualquier parte. Se dirige corriendo 
a Don José y le da un beso.)
PEPITO.-¡Hola, papá!
DON José.-¡Hola…,poeta! 
PEPITO.-¡Pepe, un abrazo! 
PEPE.-¡Claro! (Se abrazan fuertemente.)
DON José.-¡Pepito! ¿Qué manera
es ésa de tratar a tu abuelo?
PEPITO.-Es que no le gusta que 
le llame abuelo, porque dice que le 
envejece. Y como no le voy a llamar 
don José, porque don José eres
tú, ni Pepito, porque soy yo, pues 
no tengo más remedio que llamarle 
Pepe.
PEPE.-¡Lógico!
PEPITO.-Lo que no comprendo
es por qué te llaman Pepe y a papá, 
que es tu hijo y mucho menos viejo, 
don José.
PEPE.-Pues es bien claro. A mí me 
llamaron Pepe desde chiquito, y 
cuando tu padre vino al mundo, para
que no hubiera confusiones...
PEPITO.- ¡Ya! Y como el niño te 
salió sabio y tú no lo eres, pues. . .
¡hete ahí a don José!
DON José.-¡Pepito! 
PEPITO.-¿Qué?
DON José.-Veo que no te falta
dialéctica: en prosa... ni en verso.
PEPITO.-Ya he oído que al entrar 
me has llamado poeta. Pero no 
te entiendo, ¡palabra!
DON José.-¿Con que no, eh. ..?
(Abre el cuaderno y lee.)

 "Te quiero por lo bonita,
por tu garbo sandunguero,
por tu preciosa boquita. . . "

PEPE.-¡Eh, tú, que ese cuaderno 
es mío! (Se lo arrebata violentamente. 
Don José queda muy serio 
y Pepito ríe a carcajadas.)
PEPITO.-¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja!
¡Pepe, otro abrazo!
PEPE.- (Mohino.) ¡Déjame!
PEPITO.-¡Eres el más grande de
todos los abuelos, desde que nació 
el primero! ¡Ja, ja, ja! ¿Pero no te 
divierte, papá?
DON José.-A mí, no hijo. Y a 
él, por lo visto, tampoco. Mira la 
cara que se le ha puesto. Piensa 
sin duda que su ejemplo no es el 
mejor para un niño de diecisiete 
años.
PEPE.-¡No seas majadero tú 
también! ¡Qué ejemplo ni qué 
carambainas! 
¿Acaso sería pecado si 
el niño tuviera una novia y le escribiera 
unos versos?
DON José.-El niño, no. 
PEPE.-¡Ah! ¡Pues el abuelo tampoco, 
ya está! (Sale Anita por el
foro derecha de la clínica.)
ANITA.-Don José..., perdón. 
DON José.-Diga, diga... 
ANITA.-Lo llama la señora condesa 
de Vela; por el teléfono de la 
clínica.
DON José.-¡Ah! Voy en seguida.
(Se levanta y encamina a la clínica.)
PEPE.-¡María Vela. ..!
DON José.-Sí. (Y hace mutis por
el foro derecha. Anita y Pepe se miran
instintivamente.)
PEPE.-Con los ojos nos lo decimos 
todo. ¡Estos hombres serios!
ANITA.-No le entiendo, don Pepe... 
PEPE.-¿Ah, no...? ¡Bueno!
PEPITO.-¡Hola, Anita...!
ANITA.-Hola, Pepito, buenas tardes. 
(Anita se va por el foro. Quedan 
solos el abuelo y el nieto.)
PEPE.-Esta... ¡también! 
PEPITO.-¿También qué, Pepe? 
PEPE.-¡Nada, que también! No
he dicho más.
PEPITO-¡Otro abrazo, abuelo! 
Déjame que ahora te llame abuelo. 
¡Me has salvado!
PEPE.-Sí. A costa. de hacer yo 
el ridículo delante de tu padre, que 
me riñe como si yo también tuviera
quince años.
PEPITO.-¡Diecisiete, abuelo! 
PEPE.-¡Qué más da, pichón!
Pero dime: ¿qué hubiera pasado si 
Don José comprueba que los versitos 
son realmente tuyos?
PEPITO.-Que a mí me habría dado 
muchísima vergüenza.
PEPE.- Y para evitártela he tenido 
que pasarla yo.
PEPITO.-Lo importante es que 
papá se ha tragado la bola.(9)  ¡Claro, 
era más verosímil que los versos fueran 
tuyos!
PEPE.-¡Niño!
PEPITO.-¡A ver! La prueba es
que se lo creyó en seguida.
PEPE.-Sí, pero no por lo que tú 
te figuras. A tu padre le conviene 
más que a mí me gusten todavía 
las mujeres que el que a ti empiecen 
a gustarte. Así se siente más joven. 
Mas no divaguemos. Dime, dime, 
¿quién es la ninfa de tus versos? 
¿Guapa?
PEPITO-¡Bestial! (10) 
PEPE.-¿Ah, sí, eh? ¿Dónde la 
has conocido?
PEPITO.-En casa de un primo
suyo. ¡No sabes cómo es! Tiene...
PEPE.- Ya sé: un garbo sandunguero, 
etcétera, etcétera. Y años,
¿cuántos tiene?
PEPITO.-Catorce.
PEPE.-¡Pobrecita!
PEPITO.-Sí, demasiado joven. A 
mí me gustan mayores, más hechas  (11)
¿A ti no?
PEPE.- Te diré. . .
PEPITO.-Esta es buena para dentro 
de cinco o seis años, cuando yo
termine la carrera, para casarme.
PEPE.-¿Tan joven? 
PEPITO.-¡Ya tendré más de veinte 
años! Dice el padre Carrillo...
PEPE.-¿Quién es el padre Carrillo?
PEPITO.-Un fraile de mi antiguo 
colegio, que me quiere mucho. Dice
que es conveniente tomar estado  (12)
lo más pronto y que el que no tenga 
vocación religiosa debe apresurarse 
a buscar  mujer. ¿Tú qué crees?
PEPE.-¿Quién yo? ¡Hijo, yo. . . ! 
Pues yo. .. ¡No me atrevo a llevarle 
la contraria al padre Carrillo!
PEPITO.-Lo malo es que yo no 
sé si tengo vocación. Bueno, ahora 
no lo creo. Me da por temporadas,
¿sabes? El padre Carrillo no lo ha 
creído nunca, porque dice que me 
gustan demasiado las mujeres, ¡y 
que eso es malísimo!
PEPE.-¡Malísimo! Ahí ya estamos 
de acuerdo.
PEPITO.- Tú no sabes lo bueno
que es el padre Carrillo. ¡Y sabio! 
¡Y ése sí que hace versos! ¡Pero qué 
versos! ¡En latín y en griego!
PEPE.-¡Hola!  (13)
PEPITO.- Yo creo que las veces 
que he dudado sobre mi vocación es 
por lo que me gustaría parecerme
a él. Pero. . .
PEPE.-¿Pero qué? 
PEPITO.-Que yo creo que a quien
me parezco es a ti. 
PEPE.-¡Arrea!
PEPITO.-¿Tú, de pequeño, no
has tenido nunca vocación, abuelo?
PEPE.-¡Atiza! Pues mira, verás…, 
¡no! Tu generación es mucho 
mejor que la mía. Ya la de tu 
padre era mejor, pero la vuestra no 
digamos. En mi tiempo, ¡qué poquitos 
domingos íbamos a misa! Los 
días de fiesta los dedicábamos a 
aplaudir al Guerra y a Lagartijo.  (14)
Tú, ¡claro!, serás litrista.
PEPITO.-¡Odio los toros! Es un  
espectáculo bárbaro. Yo voy al 
fútbol. ¡Me entusiasma!
PEPE.-¡Qué le vamos a hacer! 
Yo me entusiasmaba con los versos 
de Echegaray. (15)
PEPITO.-¡Uy, Echegaray! ¡Por
Dios, Pepe! ¡Malísimo!
PEPE.-¡Vamos, niño, no blasfemes!
PEPITO.-¡Ja, ja, ja! Todavía me
acuerdo de una vez que me llevaste 
a ver "El gran galeoto". (16) ¡Lo que 
yo me pude reír! Sobre todo con 
aquello de:

"Contra las olas del mar 
luchan brazos varoniles. 
Contra miasmas sutiles
no hay manera de luchar."

¡Ja, ja, ja! ¿Pero es posible que 
haya podido gustar eso alguna vez?
PEPE.-¿Gustar? ¡Relinchábamos! 
PEPITO.-Eso no me choca nada.
¡Ja, ja, ja!
PEPE.-¡Más respeto, nene! A tu
padre, siquiera, le gustaba Belmonte  (17)
E iba a los estrenos de Benavente 
y de los Quintero.
PEPITO.-¡Bah! El teatro es un 
espectáculo llamado a desaparecer 
como la democracia.
PEPE.-¿Te lo ha dicho también
el padre Carrillo?
PEPITO.-¡Qué va! Esa es una 
opinión mía, propia. El teatro sólo 
existe ya en los vestigios de las viejas 
civilizaciones: París, Roma, Madrid... 
En Washington no hay un solo teatro.
PEPE.-¡Habrá cine!
PEPITO.-¡Hombre, claro! ¡Pues
no has dicho nada! ¡El cine! ¡Y 
Elizabeth Taylor! Esa sí que...
PEPE.-¡Eres un párvulo! ¡Tú no 
has conocido a la Bella Otero!  (18)
(Vuelve Don José por el foro derecha 
y se sienta nuevamente ante su mesa.)
DON José.-¿Qué, de palique? 
PEPE.-Un poco.
(Por el centro del foro sale doña Petra, 
vieja ama de llaves)
PETRA.-Con permiso... 
PEPITO.-¡Hola, Petra!
DON José.-Pasa.
PEPE.-Buenas tardes. 
PETRA.-(A don José.) Ahí tienes 
el coche.
DON José.-No lo necesito; que 
se vaya.
PEPITO.-¿No sales, papá?
DON José. No. Espero a Mister
Grey.
PEPITO.-¡Uy, Mister Grey! Tengo 
unas ganas de conocerle. .. Deber 
ser un tío (19) extraordinario.
DON José.-Mañana le convidaré
a almorzar con nosotros.
PEPE.-Si viene.
DON José.-Sí: viene. 
PETRA.-¿Qué queréis comer? 
PEPE.-A mí me da lo mismo. 
PEPITO.- Y a mí.
DON José.-Lo que tú quieras. 
PETRA.-Bueno. Le he dicho a la
cocinera que ponga primero consomé 
frío, que le gusta al niño.
PEPE.-¡Pero a mí, no!
DON José.- Y que no es época
de consomé frío: caliente. 
PEPE.-No, sopa. 
PEPITO.-¡Odio la sopa!
PETRA.-¿Pero no decíais que os
daba lo mismo?
PEPE.-Tú tienes la culpa, mujer.
¡Si no detallaras. . . !
PETRA.-Si no detallara luego la 
tomábais los tres conmigo. (20)
Después pensaba poner frito variado.
DON José.-¡Muy bien!
PEPE.-¡Muy mal! Pero, hijo de
mi vida, ¿no me estás diciendo siempre 
que los fritos son veneno para 
mi hígado?
DON José.-Te lo digo como médico. 
Ahora estamos en la intimidad 
doméstica.
PEPE.-¡Ya! En la intimidad doméstica 
no te importa que reviente.
DON José.-¡Qué cosas dices! Los
que te hacen daño son los que tomas 
por ahí en los bares y en los 
cocktails con las copitas de manzanilla. (21)  
Por un día no te va a pasar 
nada si comes frito en casa.
PEPE.-¡Ah, bueno! Ya lo has oído, 
Petra: ¡frito!
PEPITO.-¡Frito, frito!
PEPE.- Y para postre dame manzanilla, 
pero en taza, ¿sabes?, de la 
de Aragón.
PETRA.-Para postre pensaba daros 
natillas con bollitos de leche al
horno.
PEPE.-¡Hombre, bien!
DON José.-Buena idea.
PEPITO.-jMagnífica!
PEPE.-Las generaciones se rinden 
ante tus natillas y tus bollitos de 
leche.
PETRA.- Yo, para que una vez siquiera 
estuvierais de acuerdo.
PEPITO.--Con mis natillas lo consigues 
siempre. ¡Eres un hacha,  (22)
Petra!
PETRA.-¿Un hacha...? ¡Leña
más bien! (Se va por el foro.)
PEPITO.-¡Qué amable
PEPE.-Sí. Estas criadas viejas
que se creen una institución en las 
casas. . .
DON José.-Petra no es una criada, 
papá; tú lo sabes.
PEPE.-Cuando hace cuatro años, 
quiso Dios llevarse a tu mujer y nos 
quedamos los tres solos, me pareció 
un error que ascendieras a Petra.
DON José.-Alguien tenía que
cuidar  la casa. ¿Y quién mejor?
PEPITO.-En eso lleva razón papá.
(Sale un criado por el foro con una 
tarjeta en una bandeja de plata.)
CRIADO.-(Se acerca a Don José,
que toma la tarjeta.) Señor. . . 
PEPE.-¡Mister Grey! 
PEPITO.-¿Francis Grey?
DON José.-Sí, Francis Grey. 
Haced el favor de dejarme. 
PEPE.-¡Claro!
DON José.-¡Qué pase! 
CRIADO.-¿Los dos?
DON José.-¿Cómo los dos? ¿No
viene solo?
CRIADO.-No, señor. Le acompaña 
una señorita.
PEPE.-Su secretaria seguramente.
DON José.- No. El que antes habló 
conmigo por teléfono era un
hombre.
PEPE.-¡No seas pazguato! Aquel 
sería su secretario, y ésta que le 
acompaña ahora, su secretaria. Un
individuo que viaja desde Nueva
York a Madrid en un avión propio 
debe traerlos de todas las especies, 
como Noé en el arca.
PEPITO.-¡Ahora es el abuelo.
quien tiene razón!
PEPE.-Oiga usted. .. ¿La señorita 
es guapa?
DON José.-¡Papá, por Dios...!
CRIADO.-No me he fijado, señor.
PEPE.-Tampoco me choca. (A
Pepito.) Yo no sé de dónde saca tu 
padre estos criados, que nunca se 
fijan en las visitas femeninas. Son. . . 
distraídos, ¿eh?
DON José.-Que pase el señor solo.
CRlADO.-Sí, señor. (Se retira el
criado.)
PEPE.-Bueno, hasta luego. ¡Vámonos, 
niño!
DON José.-Esperad. He cambiado 
de opinión. Pepito, tú hablas el 
inglés mejor que yo. Recíbelo, ¿quieres? 
Dile que eres mi hijo. Sé amable 
con él. Yo vuelvo en seguida.
PEPITO.-Como quieras, papá.
DON José.-(A su padre.) Anda.
(Don José y Pepe se van por la primera 
derecha, Pepito espera. A poco
llega por el foro, con una carpeta 
bajo el brazo, Percy.)
PEPITO.-Gut áfternun. (Se pronuncia 
como está escrito, según la
ortografía española)
PERCY.-Gut áfternun. 
PEPITO.-¿Hay du yu dú, ser? 
PERCY.-Veri güel, zenquiú, ¿a
yu?
PEPITO.-Veri güel, zenquiú. ¿Ay
cink, yo ar Mste Grey?
PERCY.-¡Je! ¡Ja, ja, ja! ¿Mste
Grey. ..? ¿Mi...? ¡Ouh, no!
PEPITO.-¡Jau it is pósbl! ¡Yu ar
not, Francis Grey?
PERCY.-¡Nou. . .!
FRANCIS.-(Apareciendo por el
foro.) ¡No, claro que no! (Francis 
es una mujer de poco más de treinta 
años, indudablemente muy bonita, 
pero sin la menor coquetería femenina, 
al menos a primera vista. Viste 
un traje sastre gris y se toca con 
un sombrerito pequeño.) Francis 
Grey... soy yo, joven.
PEPlTO.-¿Cómo...? ¿Usted...? 
Pero. .. ¡No comprendo!
FRANCIS.- Yo tampoco comprendo 
mucho. Desde que hace unas horas 
pisé tierra española me suceden 
cosas extraordinarias. Vamos por 
partes. .. Ante todo, ¿usted quién 
es? Porque no irá usted a decirme 
que estoy delante del insigne profesor 
español don José de la Riva. 
¡Eso ya sería demasiado extraordinario!
PEPlTO.-Pues perdone usted; pero. .. 
en realidad, yo soy José de 
la Riva... Ahora, profesor, no. Al
menos, todavía no. El profesor, el 
médico, es mi padre.
FRANCIS.-Lo he supuesto. Además, 
yo conozco a su padre, aunque 
él, probablemente, no se acordará 
de mí.
PEPITO.-Mi padre siempre ha 
creído que Mister Grey era un hombre.
FRANCIS.-¡No! ¡Ja, ja, ja! 
PEPITO.- Y. .. americano. Y usted 
es española.
FRANCIS.- A medias nada más. 
¡Claro! Ahora me explico muchas 
cosas. Yo firmaba todas las cartas 
Francis Grey, y mi nombre, como 
usted sabe, se escribe lo mismo
el masculino que el femenino. Y
como su padre de usted nunca se 
dirigía directamente a mí, sino a 
nuestra entidad, yo no he podido
darme cuenta del equívoco.
PEPlTO,.-¡Je! Sí, claro. .. 
FRANCIS.-No está usted muy
convencido... En fin, ¿puedo ver a 
su padre? ¿Está en casa?
PEPITO.-Esperándola a usted... 
Digo a Mr. Grey... ¡Bueno, es 
igual! Saldrá en seguida.
FRANCIS.-¡Je! A todo esto, no le 
he presentado a usted a mi secretario: 
mis manos, mis pies y hasta mi 
cabeza: ¡Percy!
PERCY. - (Dando un paso.)
¿Yes..."
FRANCIS.-Aem goin tu introdius 
yu Mste La Riva... Jier is Mste Persy Brouw.
PERCY.-¿Hay du yu du, ser?
PEPITO.-¡Je! Veri güel, zenquiú,
¿a yu?
PERCY.-Veri güel, zenquiú. (Da
un paso atrás.)
FRANCIS.-¡Persy!
PERCY.--(Dando un paso adelante.) 
¿Yes?
FRANCIS.-Weit mi in de living
rum, plis.
PERCY.-Yes, mádam. (Le entrega 
la carpeta y se va por el foro. 
Quedan solos Francis y Pepito.)
PEPITO.-Perdone usted que la
hicieran esperar fuera. Mi padre dijo 
que pasara sólo el señor Brouw, porque. . .
FRANCIS.-¡Claro! Porque creía 
que él era el patrón y yo la secretaria. 
Por eso le he pedido a él que 
me espere en la salita donde estábamos. 
Así vuelven las cosas a su 
punto: el secretario en la sala de 
espera y en el santuario del insigne 
doctor, el Presidente del Consejo de 
Administración de la "Francis Grey 
and Company".
PEPITO-¿Pero, en realidad, es 
usted el presidente de esa sociedad? .. 
¡Será la presidenta!
FRANCIS.-¡No, no! El presidente, 
el presidente.
PEPITO.-(Por no discutir.) ¡Bueno!
FRANCIS.-Lo soy desde que murió 
mi marido y yo dediqué mi 
vida a esta industria, que es mucho 
más que un negocio: fabricar toda 
clase de instrumentos y materiales 
para curar a la humanidad o, al menos, 
aliviarla en sus dolencias. ¿No 
cree usted que vale la pena de dedicar 
a esto la vida?
PEPITO.-¿Y ve usted cómo tenía 
yo razón, que es usted más presidenta 
que presidente?
FRANCIS.-(Primero se asombra 
un poco de lo que acaba de oír; 
después, sonríe halagada, a pesar suyo.)
¿Eh. . .? ¡Je!
PEPITO.-¡Je, je...! ¡Pero, a todo 
esto, aún no le he pedido a usted  
que se siente!
FRANCIS.-(Se sienta en el sofá. 
Pausa.) Gracias. ¿Y usted, no se sienta?
PEPITO.-(Se sienta.) A su lado, 
encantadísimo. ¿De que se ríe usted?
FRANCIS.--Sus palabras me suenan 
a requiebro y no estoy acostumbrada. 
Creo que los últimos requiebros 
que oí en mi vida fueron 
precisamente en Madrid, cuando yo 
era muy joven y me cortejaba un 
teniente de caballería, apuesto y galante, 
que hoy es coronel retirado, 
tiene una panza horrenda y se habrá 
olvidado hasta del santo de mi 
nombre... Desde entonces he vivido 
en otro mundo. Mi madre era 
española, madrileña. Mi padre, norteamericano, 
representaba en Madrid 
unas marcas de automóvil. 
Cuando yo tenía dieciocho años, 
volvió a su patria con nosotras. Allí 
me casé. . ., o me casaron, no quiero 
acordarme, con un hombre mucho 
mayor que yo, que poseía una 
de las mayores fortunas de los Estados 
Unidos: mi tocayo Francis 
Grey, fundador y propulsor de la
industria que hoy me pertenece casi 
por entero. ¡ Ya sabe usted mi historia!
PEPITO.-¡Je! ¿Y..., y...? 
FRANCIS.-¡Pregunte! 
PEPITO.-¿Y. . ., no tiene usted hijos?
FRANCIS.-No, afortunadamente. 
Con ellos no hubiera podido ser lo 
que soy.
PEPlTO.-¡Je! El presidente.
FRANCIS.-El presidente, eso es, a
quien hoy, al regresar a España, viuda 
de un viejo, le suenan a requiebro 
las palabras de un niño; ahora
soy yo quien le pide a usted perdón.
PEPITO.-No. ¿Por qué?
FRANCIS.-(Saca una pitillera de
su bolsillo y le ofrece.) ¿Un cigarrillo?
PEPlTO.-Muchas gracias, pero no
fumo.
FRANCIS.-¿Todavía no?
PEPlTO.-No es por virtud, no
crea usted. Es que no me gusta.
FRANCIS.-¡Ah, pues de éstos, sí, 
va usted a probar uno! Son muy 
suaves. Los hacen especiales para 
mí. .
PEPlTO.-¡Ah, si son especiales. . . ! 
Gracias. (Toma un cigarrillo.)
FRANCIS.-¿No tendrá usted lumbre?
PEPlTO.-Aquí hay cerillas. (Las 
coje de una mesa, enciende una y se 
la ofrece.)
FRANCIS.-(Encendiendo.) Gracias.
PEPITO.-(Después de haber encendido 
Francis, conserva la cerilla
encendida, mirándola, hasta que 
la cera se consume y le quema los 
dedos.) ¡Huy!
FRANCIS.-¡Que se va usted a
quemar! .
PEPITO.-¡No, señora, ya me he
quemado!
FRANCIS.-¡Ja, ja, ja! Ahora me 
va usted a guardar rencor por la 
quemadura. Yo que quería que guardase 
buen recuerdo de la primera 
nubecilla de humo... ¿No enciende usted. ..?
PEPITO.-Sí. (Enciende y fuma.) 
FRANCIS.-¿Qué tal? 
PEPITO.-(Con el humo atragantado, 
mintiendo.) Muy agradable. . . 
FRANCIS.-¡Ja, ja, ja! 
PEPITO.-¿Se ríe usted de mí?
FRANCIS.-¡Dios me libre! Reconozco 
que es usted muy simpático.
PEPITO.-¡Pues mire usted, que
usted !
 FRANCIS .-¡Ja, ja, ja! (A media    
voz.) Tendría gracia... ¡Ah, España, 
España. . . !
PEPITO.-¿Hace mucho tiempo
que no venía usted?
FRANCIS.-Me fui el 36, al empezar 
la guerra. Y desde entonces. . .
PEPITO.-¡Huy! El año que yo
nací.
FRANCIS.-¡No! Parece usted mayor, 
sobre todo, oyéndole.
PEPITO.-Gracias. En cambio usted 
parece menor; sobre todo, mirándola.
FRANCIS.-¡Gracias, a mi vez!
Vea usted por dónde tenemos que 
agradecemos mutuamente; usted, 
que me parezca mayor, y yo, que me
encuentre usted menos vieja.
PEPITO.-¿Vieja usted? 
FRANCIS.-Junto a usted, antediluviana.
PEPITO.-¿,Pero cuántos años tiene 
usted? ¡Ay, usted perdone!
FRANCIS.-¡Ja, ja, ja! Pues mire 
usted, he perdido la cuenta, palabra. 
Pero deben ser muchos, a juzgar 
por lo cambiado que he encontrado 
a Madrid. Casi no sé andar 
por las calles. Voy a necesitar un 
cicerone.
PEPITO.- Yo lo sería encantado. 
FRANClS.- ¿Sería usted capaz de
acompañarme por las calles y al 
museo, a los teatros, a las conferencias, 
a los dancings. . . ?
PEPITO.-Bueno, para eso de los 
dancings nos asesoraremos de Pepe,
que es un hacha en la materia.
FRANCIS.-¿Quién es Pepe? 
PEPITO.-Mi abuelo, ya lo conocerá 
usted. ¡Es todavía más simpático que yo!
FRANClS.-¡Ja, ja, ja! Pues ya tiene 
que serlo mucho. Entonces, quedamos 
en eso, señor don.. . ¿Pepito?
PEPITO.-¡Je! Así me dicen todos... 
¡Mi padre!
(Sale don José por la primera derecha. 
Francis y Pepito se levantan del 
sofá y ella, instintivamente, se pone 
sus gafas para contemplar a sus anchas 
al ilustre médico, con una curiosidad 
no exenta de veneración.)
DON José.-Buenas tardes... 
PEPITO.-Papá: voy a presentarte 
al presidente del Consejo de Administración 
de la Casa Grey y
Compañía: Francis Grey.
DON José.-¿Dónde está? 
PEPITO.-Ahí, delante de ti: la
señora Francis Grey.
FRANClS.-¿Cómo está usted, doctor? 
Entre nosotros ha existido un 
pequeño equívoco, muy fácil de deshacer, 
por fortuna. Yo soy, en efecto, Francis Grey.
DON José.-Señora... (Intenta 
besarle la mano, pero ella se lo impide 
con un fuerte apretón.)
PEPITO.-Señora. (Le besa la
mano.)
FRANClS.-Señor don Pepito, buenas 
tardes. ¿Quedamos en eso, eh? 
No se le olvide.
PEPITO.-Quedamos en eso, buenas 
tardes. (Se va por la primera derecha.)
DON José.-¿Qué es eso, en que 
quedamos? Digo, ¿en qué han quedado 
ustedes?, perdón.
FRANCIS.- Su hijo de usted es tan
amable que se ha ofrecido a servirme 
de cicerone en Madrid.
DON José.-¡Ah, me parece admirable! 
Yo también, si tuviera tiempo...
FRANCIS.-Usted tiene cosas más 
serias de que ocuparse, doctor. Entre 
otras, del asunto que me ha 
traído a España, ¿no?
DON José.- Siéntese, por favor.
(Le ofrece el sofá.)
FRANCIS.-Sí, pero no aquí. Ante su 
mesa. ¿No le parece a usted mejor? 
Quizá necesitemos tomar los 
dos algunas notas.
DON José.-A su gusto. (Le aparta 
el sillón que está enfrente del 
suyo y se sientan los dos ante la 
mesa de despacho.)
FRANCIS.-Ante todo, confiéseme 
que está usted un poco asombrado.
DON José.-Pues, la verdad, señora, 
no. Mi edad, y mi profesión 
misma, me impiden asombrarme demasiado 
de las cosas. Poco a poco 
iré sabiendo de usted los porqués 
de lo que aún ignoro: que sea usted 
mujer y no el Mr. Grey que yo 
esperaba; su maravillosa prosodia 
castellana, la razón del donativo espléndido 
que ha ofrecido usted para 
mi fundación...
FRANCIS.-Es la tercera vez en 
nuestra vida que nos encontramos,
doctor.
DON José.-¡No me diga! 
FRANCIS.--Sí. Y es muy natural
que usted no recuerde las anteriores, 
pero a mí no se me olvidan. Hace 
veinte años salvó usted a mi madre
en una grave enfermedad.
DON José.-¡Ah!
FRANCIS.--Sí; Clotilde La Guardia, 
la mujer de William Harson, el 
director de la General Mótors, en 
Madrid. Vivíamos entonces en la 
calle de Goya.
DON José.-¡Sí, sí, sí, creo recordar...! 
Y a una niña que me 
miraba con unos ojos muy abiertos. . ., 
llenos de lágrimas. ¿Usted, 
acaso. . . ?
FRANCIS.-No recuerdo haber tenido 
nunca lágrimas en mis ojos, 
pero, indudablemente, era yo. Lo 
que sé es que entonces empezó mi 
veneración por usted. Años después 
volvimos a encontramos en San Carlos. 
Usted formaba parte del tribunal 
que me examinó de Anatomía 
Patológica, poco antes de que volviésemos 
a América, donde terminé la carrera.
DON José.-¡Ajá! ¿De manera
que es usted médico?
FRANCIS.-Sí, señor, e ingeniero.
¡No se asuste usted demasiado!
DON José.-¡Si no me asusto! 
Me satisface, por el contrario, tratar 
con una persona tan competente, 
dada la índole de nuestros asuntos.
FRANCIS.-(Sacando unos pliegos 
de su carpeta.) Le traigo a usted 
una relación detallada y completísima 
de todas las instalaciones e instrumental 
preciso para su hospital.
DON José.-Perdone usted: para 
"nuestro" hospital, si el Patronato 
acepta el cuantioso ofrecimiento de 
ustedes.
FRANCIS.-¿Por qué no ha de 
aceptarlo? Yo voy a depositar ese 
millón de dólares en un banco de 
Madrid, a nombre de usted. Y usted 
va a disponer de ese dinero libremente, 
sin tener que dar cuentas a 
nadie, ni a mí misma, de su inversión.
DON José.-(Luego de mirarla 
durante una corta pausa.) Señora. . ., 
me deja usted anonadado. A 
pesar de lo que dije antes sobre mi 
escasa capacidad de asombro, confieso 
a usted que empiezo a asombrarme. 
Pero, todo esto, ¿por qué?
FRANCIS.-Cuando recibimos sus 
primeras cartas y me di cuenta de 
la envergadura del proyecto de usted, 
empecé a interesarme. Después, 
al comprobar la minuciosidad, el 
fervor y el talento -el genio, más 
bien- que ponía usted al servicio 
de su designio, mi interés se trocó 
en entusiasmo. Su proyecto no es 
únicamente el de un técnico admirable, 
doctor, sino del gran poeta que 
es usted...
DON José.-Señora...
FRANCIS.-No olvide, además, que
soy hija de española y que nací en 
Madrid. Mi marido me había hecho 
prometerle, cuando se iba a morir, 
que yo emplearía un millón de 
dólares en una obra de caridad. ¿Y 
cuál mejor?
DON José.-En fin... Yo espero 
que Madrid, España entera, sabrán 
agradecer a usted lo que hace, 
como yo se lo agradezco desde ahora 
mismo y de todo corazón. Mañana 
visitaremos las obras del hospital, 
que, gracias a usted, va a ser 
de los primeros de Europa.
FRANCIS.- Yo aspiro a que no lo 
haya mejor en el mundo.
DON José.-Allí presentaré a usted 
a los señores de nuestro Patronato. 
Después, mañana mismo, espero 
que honre usted en esta casa 
un almuerzo íntimo, en familia...
FRANClS.-(Sonriendo.) Ya conozco 
a parte de ella.
DON José.-Pero le falta a usted 
el resto; mi padre. Si usted me lo 
permite, voy a llamarlo.
FRANClS.-Encantada. (Don José 
toca un timbre que hay sobre la 
mesa. Se levantan los dos.) ¡Magnífico 
cuadro...! Ya sabía que es 
usted un gran coleccionista.
DON José.-Aficionado, nada más.
FRANCIS.- Yo también lo soy mucho.
DON José.-Pero sus cuadros serán 
mejores que los míos, seguramente. 
(Sale el criado por el foro.)
CRIADO.-¿Ha llamado...?
DON José.-Sí. Dígale al señor, 
mi padre, que estará en su cuarto, 
de mi parte que venga.
PEPE.-(Saliendo rápido por la
primera derecha.) ¡Aquí estoy!
FRANCIS.-¡Ja, ja, ja!
DON José.-¡Vaya! (El criado se
retira.)
PEPE.-¿No me has llamado? 
DON José.-Sí, hombre, sí; te he
llamado  para presentarte a la señora 
Francis Grey. .. Mi padre.
PEPE.-¡Encantado, señora! Mi 
nieto me ha dicho que, entre los 
dos, vamos a tener el honor de servirla 
como cicerones en todos los sitios 
adonde usted quiera ir.
FRANCIS-¡Je, je! No creo que 
puedan ustedes acompañarme a todos 
los sitios. . .
PEPE.-Según donde usted vaya. 
FRANCIS.-¡A ninguno malo, por
Dios! Como mi trabajo intelectual es 
intenso, me he impuesto la obligación 
de hacer un poco de deporte, 
y, desde hace muchos años, nado todas 
las mañanas media hora. Por 
las tardes juego un poco al golf…
PEPE.- Y lo hará usted bien todo. 
FRANCIS.-(Sonriendo.) En realidad, 
he llegado a ser campeona en 
ambos deportes. Lo confieso humildemente.
PEPE.-¿Humildemente. . . ? 
FRANCIS.-A propósito, ¿saben ustedes 
si en Madrid existe alguna 
piscina de invierno?
PEPE.- Pues... puede que sí, pero 
creo que no. Me parece que como 
no nade usted en el estanque del 
Retiro. . .(23)
FRANCIS-Sería escandalizar demasiado, 
¿no creen? Y dejo a ustedes. 
Como pienso quedarme mucho 
tiempo en Madrid, no quiero aburrirles 
desde el primer día. Hasta 
mañana, doctor.
DON José.-La acompaño. 
FRANCIS.-Señor... encantada. 
PEPE.-A los pies de usted. 
FRANCIS.-Me he dejado a mi secretario 
en la sala de espera.
DON José.-Ahora lo recogeremos. 
Pase usted.
FRANCIS.-Gracias. (Francis y don 
José se van por el foro. En el mismo 
instante sale Pepito por la primera 
derecha. Su abuelo le hace un 
guiño expresivo.)
PEPITO.-¿Qué?
PEPE.-¡Pché!
PEPITO.-¿Qué dices? 
PEPE.-Que ¡pché!
PEPITO.-No te entiendo, abuelo.
(Vuelve don José por el foro. Detrás 
de él, Petra, quien queda en el 
hueco de la puerta. De la clínica 
sale Anita, que tampoco avanza. 
Las dos mujeres escuchan con curiosidad 
las palabras que siguen, de 
don José, Pepe y Pepito.)
DON José.-¿Qué...qué os ha parecido?
PEPE.-¿A mí? Un poco hombruna.
DON José.- Tal vez. Y demasiado
pedante, ¿no? 
PEPlTO.-¡Maravillosa. . .!
DON José.-¿Eh...?
PEPITO.-¡No entendéis nada de
mujeres! ¿Quién, ésa?.. ¡Ésa es 
más femenina que la Venus de Milo,
con brazos o sin ellos!
DON José.-¡Pero, niño! 
PEPE.-Déjale, que puede que
tenga razón. ¿Este. . .?  ¡Uh.. .!
TELÓN FIN DEL PRIMER ACTO
[1] En chaflán-plano que, en lugar
de esquina, une dos superficies planas
que forman ángulo
[2] señorito - hijo de persona de
representación; también, a veces por
extensión, persona acomodada y ociosa.
[3]  garbo sandunguero - moviéndose
con gracia.
[4]  estoy sofocadísima - estoy avergonzada
[5] La Codorniz - revista cómica.
[6]Barajas - aeropuerto internacio­nal 
que sirve a Madrid y alrededores; 
población de España cerca de Madrid.
[7] Como Truman - hay que re­cordar 
que la comedia ocurre durante 
el gobierno del presidente norteameri­cano.
[8] ton vieux père - tu viejo padre
[9] se…bola-papá ha creído nuestra mentira
[10] ¡Bestial! – magnífica; estupenda.
[11] más hechas-más maduras
[12]tomar estado-casarse.
[13]¡Hola!-¡Ah!
[14]Guerra y Lagartijo-famosos 
toreros, el primero Rafael Guerra 
(1862-1941); el otro Rafael Molina 
(1840-1900) apodado Lagartijo.
[15] Echegaray-dramaturgo español
(1832-1916); Premio Nobel, 1904.
Típico del gusto de su época.
[16] El gran galeoto-obra famosa 
de Echegaray.
[17] Belmonte-Luis Belmonte Bermúdez
(1587-1650) dramaturgo clásico
español.
[18] La Bella Otero-Bailarina española 
de deslumbrante belleza
[19] tío-tipo, personaje.
[20] La tomabais…conmigo-pelearíais 
conmigo.
[21] manzanilla-vino blanco de 
Andalucía.
[22] ¡Eres un hacha...!-¡eres muy lista!
[23]  estanque del Retiro-el Retiro, 
gran parque en la parte sudeste 
de Madrid

SEGUNDO ACTO

La misma decoración del anterior. Las cortinas de la clínica están abiertas. Es por la tarde, con luz del día, y se hace de noche durante el acto. Cuando se levanta el telón no hay nadie en escena. A poco sale ANITA de la clínica -foro derecha- y cierra las cortinas. Así la sorprende PETRA, llega por el centro del foro.

PETRA.-¿Todavía está usted aquí? 
Creí que se había usted marchado 
hace tiempo.
ANlTA.-Estoy esperando a que 
termine la reunión, por si el doctor 
quiere algo de mí.
PETRA.-No creo que tarden. La
comida es hoy a las nueve.
ANITA.-¿Tan temprano?
PETRA.-¿No ve usted que viene
la americana, que no le gusta comer 
tarde? Es lo que yo digo: si no le 
agradan las horas corrientes de la 
casa donde la convidan, pues que no 
venga.
ANlTA.-¿Querría usted que faltara 
a una comida en su honor?
PETRA.-jEn su honor! Yo no sé 
cuántas comilonas llevamos ya en 
su honor: cada lunes y cada martes. 
Desde que llegó hace tres meses.. .
ANlTA.-El festín de hoy es más 
oficial: con todos los señores del 
Patronato. . .
PETRA.-Por eso creo que no tardarán 
en acabar la junta. Ya se han 
ido algunos. Tendrán que vestirse 
para la comida.
ANITA.-¿Ah, es de gran gala y 
todo?
PETRA.-Por lo visto. Viene hasta 
un ministro. El patrón me encargó 
que le prepara el smoking. Y a eso 
voy.
ANlTA.-Oiga usted, Petra: ¿y va 
a estar ella sola entre tantos 
hombres?
PETRA.-¡Y la señora condesa de
Vela. . .! ¿Qué creía usted?
ANITA.-Cierto. ¿Cómo iba a faltar 
ésa, tampoco...?
PETRA.-¡Es del Patronato. . .!
ANITA.-¡Claro, claro...!
(Sale Pepito por el foro. Está menos 
aniñado que en el acto anterior. 
Su indumentaria es la corriente de 
cualquier hombre distinguido.)
PEPITO.-¡Hola. . . ! 
ANITA.-Buenas tardes. 
PETRA.-¿Ya estás aquí, tú? 
PEPITO.- (De mal humor.) Así
parece. Si me ves en casa, señal 
de que no estoy en la calle.
PETRA.-¡Jesús, que genio! Te estás 
poniendo de un modo. . .
PEPITO.-Eso a ti no te importa.
¿Sigue la reunión?
PETRA.-Por lo visto... 
PEPITO.-¿Y mi abuelo? 
PETRA.-A tu abuelo no se le ha
visto el pelo en esta casa desde 
anoche. ¡Estáis buenos los tres!
PEPITO.-Mira, Petra: ya es hora 
de que dejes de hacer comentarios
sobre mi padre y sobre mi abuelo.
ANITA.-¡Ja, ja, ja! 
PEPITO.-Mejor harías en ocuparte 
un poco más de la casa, que anda 
todo manga por hombro. (24)
PETRA.-¡No sé de qué podréis 
quejaros!
PEPITO.-Pues mira, yo, entre 
otras cosas, de que hace dos días 
que te estoy pidiendo que me asegures 
este botón que se me está cayendo.
PETRA.-Ya te lo coseré mañana. 
O que te lo cosa Clotilde. (Se va
por la primera derecha.)
ANITA.-¿Quién es Clotilde?
 PEPITO.-Una criada nueva. 
ANITA.-No la conozco. 
PEPITO.-Ni falta que te hace.
¡Más antipática!
ANITA.-¿Sabes, Pepito, que doña 
Petra tiene razón en parte? Estás
arisco.
PEPITO-¿Contigo?
ANITA.-Con todo el mundo.
PEPITO.- Pero, especialmente,
contigo, ¿no?
ANITA.-No sé por qué lo dices. 
PEPITO.-Mira, Anita: me alegro
que ésa nos haya dejado solos. Hace
tiempo que deseaba pedirte perdón.
ANITA.-¿A mí, por qué? 
PEPITO.- Tú sabes por qué. Mira, 
Anita: hace muy pocos meses,
yo era todavía un niño.
ANITA.-¿Y ya eres un hombre? 
PEPITO.-No lo sé. El hecho es
que con una inconsciencia de niño 
me puse contigo muy pesado. Ahora 
lo reconozco. Durante muchas noches 
fuiste una verdadera obsesión 
para mí. Me quitabas el sueño. . .
ANITA.-¿Ah, te lo quitaba? Pues, 
hijo mío, no sabes cuánto celebro 
no quitártelo ya y que, por mí, 
puedas dormir tranquilo.
PEPITO.-Nunca duerme uno tranquilo. 
No es eso lo que quería decirte. 
Ante mis pesadeces, tú me 
hacías reflexiones atinadas; que si 
me llevabas más de quince años, que 
casi podías ser mi madre. . .
ANITA.-Menos mal que ya lo 
reconoces.
PEPITO.-¡Déjame seguir, mujer! 
Recuerdo que una noche, mientras 
mi padre trabajaba aquí, entré en 
la clínica por la puerta del hall
te pedí un beso.
ANITA.-¿Pedirme? Que me lo 
diste a la fuerza.
PEPITO.-Bueno, eso de la fuerza 
fue al principio. A la mitad, creo 
que ya estábamos más de acuerdo 
los dos. Y al final. . .
ANITA.-¡Pepito. . .! (Y vuelve la 
cabeza para ocultar un sollozo.)
PEPITO.-No te enfades, mujer. .. 
Pero, Anita... ¿Ves tú? Yo 
quería pedirte perdón por mi actitud 
de aquella noche y he sido torpe. 
Mis palabras de hoy te ofenden 
tanto como mi estupidez de entonces.
ANITA.-EI recuerdo me ofende 
más, Pepito. En fin..., tú te has 
curado de aquella locura y yo me 
alegro. Pero no sabes el daño que 
has podido hacerme. Ni puedes tener 
idea de la tragedia de una mujer 
como yo, en mi edad y en mis circunstancias, 
con unas ansias infinitas 
de vivir, no demasiado fea y con 
poco dinero. ¡Las gracias que tengo 
que dar a Dios todos los días 
por seguir siendo honrada! Y la 
tristeza de ver cómo se pasa mi juventud 
rehuyendo asaltos de conquistadores 
profesionales o las ansias 
de los jovencitos, mientras el 
hombre a quien quiero con toda mi 
alma, el que sería único amor de 
mi vida, pasa por ella sin querer 
enterarse.
PEPITO.-¿Estás enamorada, Anita? 
No sabes lo que me gustaría 
ser tu confidente.
ANITA.-Gracias, pero tú no le
conoces. . ., a ese hombre.
PEPITO.-(Con intención.) A lo
mejor, sí, Anita. . .
ANITA.-No. Y, dejemos esto. 
¡Je! Yo te agradezco mucho tu buena 
intención de hoy, Pepito, y te 
perdono tu actitud de aquella noche, 
tanto como tus palabras de hace un 
momento.
PEPITO. - ¿Mis palabras de hoy?. .
ANITA.-Sí, porque, aunque ya 
vas siendo un hombre, cuando seas 
todavía mayor, comprenderás que lo 
que menos perdonamos las mujeres 
es que nos pidan perdón. Hasta luego, 
Pepito. (Anita se va por el hueco  
de la clínica -foro derecha- Pepito, 
solo en escena, medita un momento 
lo que acaba de oír, luego  
se sienta en el sofá, saca un pitillo  
y lo enciende. Por el foro llega 
Francis con un elegante vestido de 
tarde, y sombrero. Trae un bolso en 
la mano. Hay algo nuevo en ella 
que no se puede definir pero que, 
indudablemente, la hace parecer más 
femenina. Ahora es mucho más Presidenta 
que Presidente. Al ver a 
Pepito de espaldas, sentado en el 
sofá, se acerca a él cautelosamente 
y le tapa los ojos con las manos. 
Pepito sonríe. Hay un corto silencio.)
FRANCIS.-¿Quién soy...? 
PEPlTO.-Tú.
FRANCIS.-¡Ja, ja, ja! ¡Claro que
soy yo!
PEPlTO.-No hay otras manos que
huelan como éstas.
FRANCIS.-¿Te gusta mi perfume?
PEPlTO.-Me encanta. El otro día
te dejaste olvidado aquí un pañuelo 
y yo dormí con él. Me pasé la noche 
aspirando ese perfume tuyo, 
único, inconfundible. . .
FRANCIS.-¡Pepito. . ., Pepito...! 
No me gusta que me digas esas cosas, 
ya lo sabes.
PEPITO.-¿Por qué no, si son
verdad? 
FRANCIS.- Yo te quiero mucho. . . 
PEPlTO.- Yo a ti más.
FRANCIS.-Quizás, no. Creo 
sinceramente que yo te quiero mucho 
más que tú a mí. Tanto, que me 
gustaría que tú me quisieras de la 
misma manera. No sabes lo que has 
influido en mi vida desde que llegué, 
lo que te agradezco tu amistad 
y tu compañía. ¡Te debo tanto!
PEPITO.-¿Tú, a mí?
FRANCIS.-¡Ahí verás! En tu casa,
gracias principalmente a tu abuelo 
y a ti, he tenido una sensación que 
hace muchos años no sentía..., y 
no estoy muy segura de haberla sentido 
antes alguna vez: calor de hogar.
PEPlTO.-Dices que me quieres 
mucho, sí, pero hace dos días que 
no te veo.
FRANClS.-Estuve ocupadísima estos 
días, trabajando...,. con tu padre.
PEPITO.-¡Dichoso hospital! Es-
estoy deseando que se termine.
FRANCIS.-Antes de que se termine 
me habré yo marchado. ¿Tú 
quieres que me vaya?
PEPlTO.-¡Nunca, Francis! Yo no
quiero que te vayas nunca.
FRANCIS.-Pues algún día tendrá
que llegar.
PEPITO.-¡No me lo recuerdes! 
Oye: ¿vamos a ir al teatro esta noche?
FRANCIS.-¡Imposible! Como aquí
¿no sabías?
PEPITO.-¡Es verdad, la comida 
del Patronato! Yo no estaré, como 
es natural. ¿Mañana, entonces? 
Quieres que comamos mañana juntos 
y luego. . .?
FRANCIS.-No sé, ya veremos. Si 
puedo, encantada. Díselo a tu abuelo 
por si acaso.
PEPITO.-¿Mañana también nos
va a acompañar mi abuelo?
FRANClS.-¿Por qué no, chiquillo?
¡Es tan simpático!
PEPITO.-Sí, pero se pone muy
  pesado a veces. Tiene otra edad. . .
FRANClS.-¡Ja, ja, ja! ¡Desde luego! 
Pero yo me acerco más a la 
suya que tú. Y basta de conversación. 
Tengo que ir a vestirme para 
volver enseguida. Debe ser tardísimo. 
Mira: es casi de noche.
PEPlTO.-¿Tanto miedo te da la
oscuridad?
FRANCIS.-Si acaso a ti, que eres
un chiquillo. (Se levanta y enciende.)
PEPITO.-Yo seré el miedoso, pero 
quien ha encendido eres tú.
FRANCIS.-No me gustan las tinieblas. 
¡Ea. adios!
PEPITO. - (Suplicante.) ¡Espera... !
FRANCIS.-No, que se me hace 
tarde. .. ¡Huy! Se te está cayendo 
este botón.
PEPITO.-Ya lo sé, pero no consigo 
que me lo cosan.  ¡El calor de 
este hogar., como tú dices!
FRANCIS.-Aguarda, yo te lo coseré. 
(Saca de su bolso hilo, aguja 
y dedal, y empieza a coserle el botón.)
PEPITO.-¿Llevas hilo y aguja en 
el bolso? ¿Esos eran tus útiles de
 ingeniero?
FRANCIS.- Ya lo ves. 
PEPITO.-¿Desde cuándo? 
FRANCIS.-No seas curioso. Es
muy feo que los hombres sean curiosos.
PEPITO.-Pero yo soy un chiquillo. 
Dos veces me lo has llamado 
en cinco minutos... ¡Un chiquillo. . .! 
¡En pañales, sí!
FRANCIS.-No tanto. Si estuvieras 
en pañales no tendría que coserte 
este botón... Te daría unos azotes. .. 
En algunas ocasiones los mereces.
(Francis sigue cosiéndole el botón.
 En este momento cruza la escena 
Petra, que sale por la primera puerta 
de la derecha, y se va por el foro 
sin hablar, pero con un humor de 
todos los diablos al contemplar la
escena.) 
PEPITO.-¡Ahí la tienes! Esa es  
la sacerdotisa que mantiene el fuego 
de nuestro hogar.
FRANCIS.-¡Ja, ja, ja! Estate quieto, 
que ya termino.
PEPITO.-¡Francis. . . !
FRANCIS.-¿Qué quieres?
PEPITO.-¡Nada! Lo que quiero 
no me lo ibas a dar...
FRANCIS.-(Sonriendo.) Puede que
te lo dé algún día. . .
PEPITO.-¿De veras. . .? ¿Me darás 
algún día un beso?
FRANCIS.-¡Je! Puede.
(Por el foro sale Pepe con el abrigo 
puesto, y debajo, smoking, que trata
de ocultar con las solapas del abrigo 
subidas.)  
PEPE.-¡Pero que muy buenas! 
PEPITO-¡Pepe. ..! Buenos días,
tardes y noches. . .
PEPE.-¿Cómo estás, preciosa? ¿Y
tú pichón?
PEPITO.-Yo, en este momento,
en la Gloria.
FRANCIS.-¡Hola, Pepe! Pues yo, 
ya ves: en las labores propias de mi sexo.
PEPE.-¡Y que lo digas! Me agrada 
mucho eso.
FRANCIS.-(A Pepito, terminado
de poner el botón.) Ya está.
PEPITO.-Muchas gracias, Francis.
PEPE.-¡Je! A mí también se me
suelen caer los botones, ¿sabes?
FRANCIS.-¡No me digas! Pues yo 
estoy dispuesta a coser todos los que 
se caigan en esta casa.
PEPE.-¿Nos los vas a coser...
a los tres?
FRANCIS.-No. Con don José tengo 
menos confianza que con vosotros.
PEPE.-Sí. Pero a él también se
le caen los botones...
PEPITO.-¿Qué veo? ¿Estás de
smoking, abuelo?
FRANCIS.-Eso quiere decir que
tú sí cenas con nosotros.
PEPE.-¿Eh, aquí? No, verás...
Es que... Eso quiere decir. . .
(Sale don José por el foro.)
PEPITO.-¡Hola, papá!
DON José.-¡Hola, hijo! (Se besan.) 
¡Francis! Creí que ya se había
usted marchado.
FRANCIS.-Ya me iba, doctor. 
DON José.-(Con intención a Pepe.) 
Buenos días, papá.
PEPE.-(Cerrándose más las solapas.) 
¡Tardes!
DON José.-Como quieras.
FRANCIS.-¿Siguen ustedes reunidos?
DON José.-Ahora se iban todos. 
Es que Gereda me había pedido el 
presupuesto del pabellón de convalecientes 
que nos entregó ayer. Voy 
a ver si lo encuentro.
FRANClS.-No se moleste; yo tengo 
una copia ... Aquí está. (La saca 
de su bolso y se la da.)
DON José.-Es usted inapreciable, 
Francis. Muchas gracias.
FRANCIS-¡Por Dios! (Se miran 
un momento.) Y me voy de verdad. 
Hasta ahora, doctor. Vosotros, hasta 
mañana. (Francis se va por el 
foro. Don José la sigue. Quedan solos 
Pepe y Pepito.)
PEPE.-¿Qué te decía ese mari-
macho?
PEPITO.-¿Marimacho?
PEPE. - Bueno, ex marimacho.
Creo que es más propio. 
PEPITO.-Que me quiere mucho. 
PEPE.- Enhorabuena.
PEPITO.- Y que a ti también te
quiere mucho.
PEPE.-Pero a mí me hace menos
efecto. Soy perro viejo.
PEPITO.-¡Ay, abuelo. . . !
PEPE.-Malo... Cuando tú me
llamas abuelo y no Pepe, ¡malo! 
¿Qué te pasa?
PEPITO.-¡Yo no sé que tiene esta mujer!
PEPE.-Apuesto a que lo mismo 
que todas. Lo que sí sé es qué tienes 
tú: que se te ha subido un poco 
el corazón a la cabeza. Pero, cuidado 
galán. A tus años, puede ser 
una borrachera muy peligrosa. ¿Qué 
te puede dar esa mujer? ¿Adónde 
vas a parar con ella? Eso en el supuesto, 
que ya es suponer, de que 
ella Se hubiera encaprichado también 
contigo. . .
PEPITO.-A veces, me parece que 
sí. ¡Hasta creo que me alienta! Pero, 
otras veces... ¡Ay, abuelo, tienes 
razón! ¿Qué puedo ser yo para ella?
¡Un chiquillo, que no sabe nada, que 
no vale nada! ¡Harto hace con sufrirme, 
con no desesperarme, con 
aquietar mi angustia!
PEPE.-¡Huy, huy, huy, huy! ¡Esto 
es mucho más grave de lo que 
yo creía! Mira, hijo: el verdadero 
camino de la felicidad no es el dejarse 
llevar por una pasión tormentosa. 
La felicidad verdadera está en
la paz del alma y en la tranquilidad 
del cuerpo. ¡Ah, la tranquilidad, 
Dios mío, la tranquilidad. . . !
PEPITO.-¿Pero eres tú quién 
me habla así, abuelo? ¿Tú?
PEPE.-¡Nadie con más autoridad! 
Porque soy tu abuelo, porque 
sé lo que cuestan esas aventuras del 
corazón cuando no se tienen puños 
para refrenarlo. .. ¡Y porque, nadie, 
con más razón que yo, puede sentir 
nostalgia por esa paz de que te hablo. . ., 
en teoría, claro, porque yo 
no la he conocido en mi vida!
PEPITO.-Me sorprende oírte de 
moralista, ¡a ti, que te has pasado 
la última noche fuera de casa y que 
no has regresado hasta hace un momento!
PEPE.-¡Inocente pichón! A mi 
edad ya se pueden pasar impunemente 
todas las noches fuera de casa. 
Aparte de que es una idiotez 
pensar que a las cuatro de la madrugada 
el pecado es más fácil que 
a las cuatro de la tarde. Para el demonio 
todas las horas son propicias, 
pero a mí me dejó en paz hace 
mucho tiempo. Si me preguntas 
cuánto, estoy dispuesto a contestar 
imitando, como en el famoso chascarrillo, 
el aullido del lobo: ¡Uuuuh! 
Esta noche, idiota, como tantas de 
mi vida -"cuántas como ésta tan 
puras!"-, he dormido en una butaca 
de la biblioteca de la Peña.
PEPITO.-¡No me digas!
PEPE.-¡Sí, hijo, sí! Es uno de los
lugares más silenciosos y apacibles
que he conocido en el mundo. Primero, 
estuve en una comida en el 
Nuevo Club, en honor del embajador 
de Chile: hombres solos. Ya de 
madrugada me enredaron en la Peña 
para una partida de poker, que 
duró hasta después de las siete de 
la mañana. Entonces me dio vergüenza 
volver a casa por miedo de 
encontrarme con tu padre que a esa 
hora suele salir para el hospital. Dormí 
hasta las tres, almorcé allí mismo 
y me he pasado la tarde haciendo 
tiempo para llegar a casa 
a una hora discretita, en la que nadie 
pudiera verme en mi "tenue" nocheriega.
PEPITO.-¡Je! ¡Y te han visto todos!
PEPE.-Así es. Pero ahí tienes lo 
que ha sido mi juerga de veinticuatro 
horas: tan escandalosa y tan 
inocente como casi todas las juergas.
PEPITO. - ¡Qué simpático eres, 
abuelo! En eso, tiene razón Francis. 
¡Y cómo te quiero yo! (Vuelve don 
José por el foro.)
PEPE.-¿Qué, ya se han ido todos?
DON José.-Ahora mismo. Y yo 
voy a vestirme en seguida. El ministro 
puede estar aquí antes de media hora.
PEPE.-¡Ca! Será el último, ya lo verás.
DON José.-Te agradecería mucho, 
papá, que te llevaras a Pepito 
a comer por ahí.
PEPE.-¡Hombre, esta noche...! 
Yo tenía ya un compromiso, pero…
PEPITO.-¡Anda, sí, abuelo!
PEPE.-En fin, veré de arreglarlo. 
Después de todo, no me parece 
mal que salgamos los dos hoy de 
esta atmósfera.
DON José.-¿Qué tiene hoy esta 
atmósfera? .
PEPE. - Pues... ¡qué sé yo! 
"Miasmas sutiles",(25) como se dice 
en un drama de Echegaray que a 
éste le gusta mucho.
DON José.-Tus cosas.
(Sale el Criado por el foro.)
CRIADO.-Señor: la señora condesa 
de Vela.
DON José.-¿Está ahí? .¡No es posible! 
¡Si acaba de salir con los 
otros señores...!
CRIADO.-Ha vuelto a entrar.
PEPE.-¡Mis cosas...! Esa viene
a decirte que no vuelve a comer.
DON José.-¿Por qué no ha de
venir?
PEPE.-No me hagas caso: ¡Mis
cosas !
DON José.-En fin... Que pase.
(Mutis el Criado.)
PEPE.-(A Pepito.) Anda, rico: 
acompáñame a mi cuarto, que me 
voy a cambiar. (Se encaminan los 
dos a la primera derecha. Pepito 
pasa el primero. Antes de hacer mutis, 
Pepe se encara con su hijo.) ¿Mis 
cosas? ¡Los miasmas sutiles, que te 
dije antes! (Se va. Don José se dirige 
al foro para recibir a María 
Vela. Llega ésta. Gran tipo de mujer 
del gran mundo, guapa todavía, 
elegante y sencilla. Sombrero y vestido 
de tarde.)
MARÍA.-(Al entrar.) Perdona... 
DON José.-¡María! .. ¿Pero no
te habías ido a vestir? Es tardísimo...
MARÍA.-No te apures por mí. 
He vuelto para rogarte que me disculpes. 
Yo no comeré esta noche aquí.
DON José.-¿Eh? ¡Pero eso no es
posible! ¿Qué te pasa?
MARÍA.-No me encuentro bien.
DON José.-Eso no es verdad, 
María. Durante todo el tiempo de 
la junta has estado perfectamente 
normal. Más callada que otras veces, 
eso sí.
MARÍA.- Ya había quien hablara 
por todos: sobre todo por mí. Además, 
¿qué quieres? Estaba nerviosa.
DON José.-Pues yo te ruego que 
te tranquilices. Y te suplico, ¿lo 
oyes bien?, te suplico que vayas en 
seguida a tu casa, te vistas y vuelvas.
MARÍA.-¡No!
DON José.-¿Pero, por qué, quieres 
decirme? ¿No comprendes que 
tu ausencia esta noche sería una 
campanada? Tú, la verdadera iniciadora 
de nuestra fundación, su 
alma y su ángel bueno. Antes que 
tú podría faltar yo. ¿Qué pensará el 
ministro si tú no estás? ¿Qué dirán 
todos?
MARÍA.-Me es igual lo que digan.
DON José.-Además, que en la 
mesa no hay más que dos señoras: 
Francis y tú. Debéis presidir las dos, 
y si me falta una, con el ministro, 
el duque y el presidente de la Academia, 
se me crea un conflicto en 
las colocaciones, de todos los demonios.
MARÍA.-¡Ya! ¿A la izquierda de
cuál te has puesto tú?
DON José.-Pues... de Francis, 
naturalmente. Y a su derecha, el ministro.
MARÍA.-Me lo figuraba. ¡Y decías 
que soy el alma, el ángel bueno, 
la iniciadora de nuestra fundación. . . ! 
Y me pones delante, ¡a mí, 
que además soy grande de España!, 
a una fabricanta de termómetros 
para las casas de socorro.
DON José.-(Escandalizado.) ¿De
termómetros?
MARÍA.-O de chatarra, es igual.
DON José.-¡Jesús! ¡Chatarra el
instrumental quirúrgico mejor del 
mundo! Además, María, que Francis 
es una extranjera.
MARÍA.--Sí: una extranjera que
está deseandito ser española. . . 
DON José.-¿Qué dices? 
MARÍA.-Nada. (Pausa.)
DON José.-¡Ya, vamos! Estás
nerviosa, María.
MARÍA.-¿Yo? En mi vida he 
tenido nervios.
DON José.-Hace un minuto que
tú misma los confesabas.
MARÍA.-¡Pues ahora los niego!
DON José.-Como quieras. Siempre 
se aprende algo nuevo. . .
MARÍA.-¿Qué quieres decir?
DON José.-Que, en tantos años, 
es el primer ataque de celos que te 
conozco.
MARÍA.-Señal de que nunca me
diste motivos... hasta ahora.
DON José.-(Cariñoso.) No seas
chiquilla, mujer... ¿Cómo puedes
imaginar. . .? Tú eres para mí la 
primera, la única mujer que existe 
en el mundo. Y Francis es. .. ¿qué 
sé yo. . .?, la bienhechora de nuestro 
hospital..., el Presidente del 
Consejo de Administración de la 
Grey and Company; para mí, casi 
como si fuera un hombre.
MARÍA.-Francis, con todo su aire 
de intelectual, es una coqueta que 
persigue a todos los hombres. . .
DON José.-¡María!
MARÍA.-Que se está divirtiendo
en tus narices con tu propio padre. 
Y, lo que es peor, con tu hijo.
DON José.-(Violentísimo.) ¡Mientes, 
María!
MARÍA.-¿Eh. . . ?
DON José.-(Conteniéndose.) Perdona. .. 
Pero, ¿de dónde ha salido 
esa... esa infamia? ¿Quién ha contado 
esa... canallada?
MARÍA.-(Muy digna.) ¡Fuenteovejuna, 
señor! (26)
DON José.-¡Déjate ahora de citas 
literarias! Y, anda...; perdóname 
mi violencia de antes y vete a 
vestir.
MARÍA.-He dicho que no.
DON José.-Está bien. No insisto.
MARÍA.-¡Claro! ¿Cómo vas a insistir, 
si estás deseando que no venga?
DON José.-¡No me vuelvas loco,
María! ¡Pues ven!
MARÍA.-¡Ni hablar! ¡Buenas noches!
DON José.-Buenas noches. ¡Ah,
escucha!
MARÍA.-(Volviendo.) ¿Qué quieres? .
DON José.-Que no te vayas así, 
mujer. Algo tenía yo que decirte. . . 
¡Sí! Aquella recomendación que me
hiciste anoche, creo que podrá resolverse 
favorablemente.
MARÍA.-Me alegro. Tengo mucho interés.
DON José.-Pero no recuerdo el 
nombre del interesado. Dame una nota.
MARÍA.-Bien. Ahora mismo voy
a hacértela. (Se encamina a la mesa.)
DON José.-(Cerrándole el paso.)
¿Adónde vas?
MARÍA.-(Desconcertada.) A tu
mesa. . .; a escribir esa nota.
DON José.-Es igual... Ya me
la darás mañana, mujer...
MARÍA.-¿Qué hay en tu mesa
que no quieres que yo vea?
DON José.-¡Vaya tontería! Mira,
si quieres.
MARÍA.-(Con unas ganas terribles 
de mirar.) Gracias, no soy curiosa. 
Curiosear en la mesa de un 
hombre es de tan mala educación 
como registrar su cartera. .. Nunca 
he tenido esa fea costumbre, tú lo 
sabes. Y te dejo, que tienes que vestirte. . .
DON José.-Ya me falta tiempo. 
MARÍA.-Por eso. Hasta cuando 
quieras, José.
DON José.-Hasta mañana, mujer, 
hasta mañana. (La acompaña 
por el foro y la escena queda sola 
un momento. Vuelve Don José muy 
nervioso y cruza la escena deshaciéndose 
el nudo de la corbata y quitándose 
la americana. Hace mutis 
por la primera derecha y vuelve a 
salir en seguida en mangas de camisa 
y quitándose los tirantes. Llama 
a voces.) ¡Joaquín! ¡Joaquín!
(Sale el Criado por el foro.)
CRIADO.-¿Señor. . . ?
DON José.-Venga usted a mi 
cuarto para ayudarme a vestir. Apenas 
tengo tiempo. ¿Hay alguien para 
abrir la puerta?
CRIADO.--Sí, señor; Clotilde, la nueva.
DON José.-Pues ande, corra...
(Se han ido los dos por la primera 
derecha. Vuelve a quedar la escena 
sola. Hay una pausa. Por el foro 
sale nuevamente María Vela, muy 
cautelosa. Primero se cerciora de 
que no hay nadie en escena. Después 
deja su bolso en una silla. Luego se 
acerca a la mesa por el sitio de Don 
José y echa una ojeada. No encuentra 
nada. Abre la carpeta y repasa 
los papeles que hay dentro. Vuelve 
a cerrarla. Al fin tropiezan sus ojos 
con un retrato, encerrado en lujoso 
marco de piel, que hay sobre la 
mesa, colocado de forma que ni el 
público ni los actores que no se sitúen 
ante la carpeta de don José, 
puedan ver la imagen que encierra. 
María Vela coge el retrato con 
manos temblorosas.)
MARÍA.-(AI descubrir el retrato.) 
¡Ah. . .! (Lo contempla con un rictus 
doloroso en su boca. Así la sorprende 
Anita que, silenciosamente, 
ha salido de la clínica.)
ANITA.-¿Buscaba algo la señora 
condesa?
(A María, del susto, se le cae de 
las manos el retrato que produce un 
ruido seco al chocar con la madera 
de la mesa.)
MARÍA.-¡Ay! Me ha asustado usted. 
Buenas tardes, Anita.
ANITA.-Buenas tardes.
MARÍA.-Hacía tiempo que no tenía 
el gusto de verla... Pues...
he vuelto porque me dejé olvidado 
mi bolso. Y ahora no lo encuentro.
ANITA.-(Cogiéndolo de la silla.)
Aquí lo tiene la señora condesa.
MARÍA. - ¡Ay, muchas gracias!
¿Dónde tendría yo los ojos?
ANITA.-Por lo visto, en ese retrato. . .
MARÍA.-¡Es verdad! Me ha sorprendido. . .
ANITA.-(Azorada.) No, sino 
que salía y. . .
MARÍA.-No, si digo el retrato. . ., 
lo que me ha sorprendido es el retrato; 
encontrarlo aquí. .. Está muy bien.
ANITA.-Sí: está muy bien.
 MARÍA. - ¿Hace mucho tiempo
que lo tiene?
ANITA.-No recuerdo, señora. 
MARÍA.-¡Y qué dedicatoria más
rimbombante! "Al hombre que ha 
encendido la llama de la caridad 
más hermosa y, por mí más amada. 
Francis.". ¡Caramba con la dedicatoria!
ANITA.-¡Sí! Un poco pedante
como es ella.
MARÍA.-Ella no es un poco pedante, 
Anita. Es... muy pedante.
ANITA.-Eso... ¡No voy a llevarle 
la contraria a la señora condesa!
MARÍA.-Opinamos lo mismo, 
¿verdad? No sabe usted cuánto me 
alegra la coincidencia. Usted y yo 
debemos pensar lo mismo en muchas 
cosas. . .
ANITA.-No creo, señora condesa. 
MARÍA.-Sí, sí; yo estoy segura. 
ANITA.-¿Cómo vamos a sentir
lo mismo una señora como usted. . .
 y una pobre como yo?
MARÍA.-¡Usted qué sabe cómo 
yo siento!
ANITA.-¡Desde luego! ¡Pero tampoco 
creo que tenga usted motivos 
para saber como siento yo! (Y sale 
Francis por el foro. Elegantísima, 
con un magnífico vestido de noche 
y, como única joya, un espléndido 
collar de brillantes. No esperaba, 
ciertamente, encontrar juntas a María 
Vela y a Anita.)
FRANClS.-Buenas noches. . . 
ANITA.-¡La otra!. . . 
MARÍA.-¡Francis. . .! ¿Tan pronto...?
FRANClS.-¡María.. .! ¿Pero no
come usted con nosotros?
MARÍA.-No. Se me ha hecho tarde 
para vestirme. Ya me he disculpado 
con el dueño de la casa.
FRANCIS.-Lo siento.
MARÍA.-Y yo. Pero, la verdad:
hoy me considero un modesto satélite. 
No quiero eclipsar al astro de 
primera magnitud que, esta noche, 
es usted.
FRANCIS. - (Rápida.) ¡Ay, qué
amable! ¡Muchas gracias, María!
MARÍA.-Déjeme usted que la admire. 
¡Qué vestido, hija mía!
ANITA. - (Sinceramente admirada.) 
¡Estupendo! 
MARÍA.-¿Balenciaga? (27)
FRANCIS.--Sí.
MARÍA.-Lo estrenará usted esta
noche, claro.
FRANCIS.--Claro, sí. 
MARÍA.-¿Cuándo mejor? ¡Y qué
collar de brillantes! Permítame contemplarlos 
de cerca. .. ¿Un regalo?
FRANCIS.-No. Lo compré yo 
misma en París, a Cartier, (28) hace 
dos años.
MARÍA.-¡Caramba! ¡Se ve que
los termómetros dan para mucho!
FRANCIS.-¿Eh. . . ?
MARÍA.-Bueno, los termómetros,
y los pulmones de acero, y los ojos 
de cristal, y las piernas de aluminio. 
Todas esas cosas tan prácticas que 
usted vende.
FRANCIS.-Dan para bastante, sí. 
MARÍA.-¡Qué bien! Cuando usted 
entró, Anita me acababa de enseñar 
su retrato... Es precioso.
ANITA.-¡Precioso! 
FRANCIS.-Son ustedes amabilísimas.
MARÍA.-¡Y qué dedicatoria! Peligrosilla, 
eso sí, para que la dijera
 un hombre tan justificadamente vanidoso 
como nuestro doctor. . .
FRANCIS.-¿Nuestro, María?..
¿Por qué pluraliza?
MARÍA.-Quiero decir que los 
hombres son fatuos... ¿No le parece?
FRANCIS.-No sé, la verdad. Usted
tiene más experiencia y, cuando 
usted lo dice..,será verdad, sí.
ANITA.--Otra coincidencia, condesa. 
Y es que para hablar mal de 
los hombres, siempre estamos las 
mujeres de acuerdo.
MARÍA.-¡Usted no cuenta! (Anita 
recibe la frase como un trallazo 
en pleno rostro. María se arrepiente 
en seguida de su impetuosidad.) 
Quiero decir que usted es para él su 
compañera de trabajo. Siempre le 
oí que la considera a usted como su 
más valioso ayudante. No puede usted 
juzgarle como nosotras.
ANITA.-¡Eso, desde luego, señora 
condesa!
FRANCIS.-A propósito de coincidencias 
y hablando en plata.(29) Yo 
pienso que en este momento coinciden 
ustedes, las dos, en un mismo 
deseo: el de retorcerme el pescuezo.
ANITA.-¡Señora!
MARÍA.-¿Y no piensa usted también, 
Francis, que lleva usted demasiado 
lejos sus. .. ingenuidades americanas?
FRANCIS.-No, señora... ¡Allá
somos muy claros!
MARÍA.-¡Ya lo veo!
ANITA.-¡Qué duda cabe
(Las tres están nerviosísimas. Una 
da pataditas en el suelo; otra, sopla; 
la de más allá, se abanica con los 
guantes. Sale Don José por la primera 
derecha, correctamente vestido de 
smoking. Al principio no ve más que 
a Francis, por la colocación de ésta 
en la escena, cerca de la puerta, 
y le extiende sus dos manos en ademán 
admirativo.)
DON José.-¡Francis. . ., qué maravilla! 
(Francis le hace un gesto 
para hacerle comprender que no están 
solos. Don José entonces ve a 
las otras dos.) ¡Atiza!
MARÍA.-¡Kjé! (Esto es una tos.) 
ANITA.-¡Kjé, kjé! 
FRANCIS.-¡Kjé! (Las tres toses en 
diferente tono.)
DON José.-Pero, María... ¿todavía 
estás aquí?
MARÍA.-¡No!
DON José-¿Cómo que no?
MARÍA.--Que no estoy todavía,
¡he vuelto!
DON José.-¿Por segunda vez? 
MARÍA.-¡Por tercera!
DON José.-¡Ya! ¿Y usted Anita? 
ANITA.-Yo, esperaba por si usted 
necesitaba algo.
DON José.-Nada, gracias. 
FRANCIS.- Y estábamos aquí las
tres, en una conversación muy cordial ..
DON José.-(Escamadísimo.) Ya
veo, ya. . .
FRANCIS.-¡Oh, sí! Han estado
muy amables conmigo.
DON José.-Eso, lo que usted merece, 
Francis.
FRANCIS.-¡No! Mucho más de lo
que merezco.
MARÍA.-(Estallando.) ¡Tan amables 
como usted, señora! ¡No hay 
paciencia!
FRANCIS.-¿Qué dice? ¡Y se ha 
pasado usted diez minutos seguidos
diciéndome impertinencias!
DON José.-¡Anda!
MARÍA.-José: tú verás si toleras
que me insulten en tu casa.
FRANCIS.-¡Yo no he insultado a
nadie!
MARÍA.-¡Nos ha llamado asesinas!
FRANCIS.-¿ Yo?
MARÍA.-¡Usted ! ¡Nos ha dicho
que le queríamos retorcer el pescuezo!
ANITA.-¡Cierto, cierto! ¡Y que
coincidíamos en eso! .
FRANCIS.-¡Lo que es verdad!
DON José. - ¡Señoras, por
Dios. . .! María, yo te ruego...
(Sale Pepe por la primera derecha, 
de americana, pero con el abrigo
 puesto y el sombrero en la mano.)
PEPE. -(Al ver la escena.) 
¡Uuuuuh... !
DON José.-¿Qué es eso, papá?
¿Otro aullido del lobo?
PEPE.-No, hijo: este es exclusivamente 
mío.
DON José.-( En voz baja.) Llévatelas. 
¡Por Dios, padre, llévatelas!
PEPE. - (Lo mismo.) ¿Eh?..
¿A. .. las tres?
DON José-¡No, hombre, a las 
dos! Francis tiene que quedarse a
comer.
MARÍA.-¡Hola, Pepe!
PEPE.-¿Cómo te va, María? ¿Y
tu marido?
MARÍA.-Bueno, gracias. (Francis 
no puede reprimir una risita.) ¿De 
qué se ríe usted, señora? Supongo 
que no será de mi marido.
PEPE.-¿Cómo va a ser de tu marido,
 mujer, si no le conoce? 
FRANCIS.-No tengo ese gusto. 
DON José.-¿Te marchas?
PEPE.-Sí, a cenar por ahí: con
el chico. ¿Quieres que te lleve a tu 
casa, María?
MARÍA.-Gracias, Pepe, tengo mi 
coche. Pero lo puedo despedir; 
así me voy contigo.
PEPE.-¡Magnífico! ¿Y tú, Anita. ..? 
Digo María: si a ti no te importa. . .
MARÍA.-¿Cómo va a importarme, 
por Dios? ¡Con lo amigas que 
somos Anita y yo!
ANITA.-(Quitándose su bata blanca 
para irse.) Muchas gracias, señora
condesa.
PEPE.-¡Ea, pues andando! 
MARÍA.-¡Buenas noches! 
FRANCIS.-¡Buenas noches!
DON José.-¡Buenas noches! 
ANITA.-Buenas noches. 
FRANClS.-Buenas noches.
DON José.-Buenas noches.
(María y Anita se van las primeras; 
Pepe, el último. Cuando ya está 
el foro se vuelve y dice con gesto 
y ademán expresivos:)
PEPE.-Buenas noches... ¡Servido, 
nene! (Y se va.) (Quedan solos
Francis y don José.)
FRANCIS.-Es encantador.
DON José.-Francis: no me consolaré 
nunca de que haya podido 
usted tener una molestia en mi casa.
FRANCIS.-No hablemos más de 
ello. Se lo ruego, doctor.
DON José.-A su gusto. Pues déjeme 
decirle entonces las mismas palabras 
que pronuncié al salir por esa 
puerta: ¡qué maravilla, Francis!
FRANCIS. - (Coqueta.) ¿De verdad. . .? 
¿Le gusto?
DON José.--Siempre. Pero esta 
noche se ha superado usted a sí misma. 
En realidad, desde que llegó 
no ha dejado usted de superarse 
a mis ojos ni un solo día: por dentro 
y por fuera. Y lo más extraordinario 
es que no ha cambiado. Es 
usted la misma y es usted otra. Ese 
collar, ese vestido maravilloso que 
estoy admirando por primera vez, 
se los ha podido usted poner hace 
tres meses igual, pero estoy seguro 
de que se los hubiera usted puesto 
de distinta manera. Hay algo en 
las inflexiones de su voz, en sus ademanes, 
en sus gestos, que la diferencia 
de la mujer que yo conocí en 
este mismo despacho, cuando salí a 
encontrarme con mister Grey. Perdóneme 
usted, Francis, esta larga 
perorata. No sé si he sabido explicarme. .
FRANCIS.-No sólo ha sabido, sino 
que me ha ayudado usted a que 
yo me comprenda. Dice usted que 
he cambiado también por dentro y 
es verdad: mucho más que por fuera. 
Cuando llegué, sólo me interesaba 
su obra, mientras que ahora. ..
DON José.-¿Ahora...? 
FRANCIS.-No. . ., no se lo digo.. .
DON José.-Sí. Dígamelo usted, 
Francis. . .
FRANCIS.-Su cerebro, su corazón, 
de donde esa obra ha salido. Y me 
ha ayudado usted a comprender también 
que, en el mundo, hay algo más 
interesante que ganar dinero y derrocharlo, 
aunque sea en obras de 
caridad tan hermosas como la suya.
DON José.-Sí, hay algo más. Y  
de ese algo, vamos a hablar usted .. 
y yo esta noche, Francis. . .
FRANCIS.-No. Esta noche, no, se
lo ruego.
DON José.-¿Por qué no? 
FRANCIS.-No sé... Hay otro
"algo" esta noche en la atmósfera, 
que no somos usted ni yo, y que sin 
embargo... ¿De qué se ríe usted?
DON José.-De eso que por lo 
visto hay en la atmósfera de mi 
casa esta noche. Mi padre dice que 
son "miasmas sutiles"...
FRANCIS.-Un perfume de mujer 
que, todavía, no se ha desvanecido.. .
DON José.-EI tuyo, los anula
todos.
FRANCIS.-¿Es de veras eso, José...?
DON José.-De veras, Francis. 
Dime, sinceramente: ¿te inquieta 
mucho la persona que ha dejado 
aquí ese perfume. .?
FRANCIS.-La verdad, no. ¡Hay 
otra persona que me inquieta más. . .! 
¡Otro, que aún está más cerca de ti. . .!
DON José.-¿Quién? 
FRANCIS.-Dejemos esto por hoy,
te lo suplico. Tus invitados estarán 
al llegar.
(Sale Pepito por la primera derecha. 
Viene con abrigo puesto y sombrero, 
que se quita al entrar en escena.)
PEPITO.-Buenas noches, papá.
DON José.-¡Hijo. . .! Creí que te
habías ido con tu abuelo.
PEPITO.-No. Me ha citado en la
Peña. Y ahora iba.
DON José.-Pues anda. Divertiros
mucho.
PEPITO.-Gracias, papá. (Le besa.)
Hasta mañana, Francis.
FRANCIS.-Hasta mañana. (Pepito
inicia el mutis. Francis le llama.) ¡Pepito.!
PEPITO.-(Desde la puerta.) ¿Qué
quieres?
FRANCIS.-¿Quieres tú... darme
un beso?
PEPITO.-¿Eh. . . ?
FRANCIS.-¿No quieres darme un 
beso, hijo? (Y como él, desconcertado,
 no contesta, Francis se le acerca, 
le abraza y le besa en una mejilla. 
Pero Pepito reacciona pronto 
y, en un arrebato de pasión, busca 
con sus labios los de Francis y los 
encuentra. .. Ella se defiende.)
FRANCIS.-¿Suelta. ..!
DON José.-¿Eh? ¿Qué es esto?
(Los separa con violencia y arroja
a su hijo contra un mueble, en el 
que Pepito tiene que apoyarse para 
no caer. Apenas repuesto del empujón, 
se encara con su padre.) ¿Pero, 
qué has hecho? ¿Te das cuenta?
PEPITO.-¡Ella lo ha querido! (Y 
se va por el foro, mientras cae 
el telón.)
FIN DEL SEGUNDO ACTO
[24] anda... hombro - está todo abandonado.
[25] "Miasmas sutiles" - hay algo 
en este ambiente que no se ve pero 
que se siente
[26] ¡Fuenteovejuna, señor! - en la 
obra dramática Fuenteovejuna, (1612 
ó 1614) de Lope de Vega, al ser muerto 
el infame Comendador, el pueblo 
entero se juzga responsable y así lo 
declara: Juez: ¿Quién mató al 
Comendador? Pascuala: "Fuenteovejuna.
señor." (Acto 3, Escena decimoctava.)
[27] ¿Balenciaga? - se refiere al famoso 
diseñador de modas español; o 
sea a una de sus creaciones.
[28] Cartier - famoso joyero parisiense.
[29] hablando en plata - hablando directamente. 


TERCER ACTO

La misma decoración de los anteriores. Es por la tarde y con bastante luz. Al levantarse el telón está sola en escena MARÍA VELA, cansada de esperar y muy nerviosa. Aparece sentada en el sofá y mira su reloj de pulsera por dos veces. Después se levanta y toca un timbre. Sale el CRIADO por el foro.

CRIADO.-¿Ha llamado la señora?
MARÍA.-Sí. ¿Tiene usted buena
hora? Porque yo creo que mi reloj 
va mal.
CRIADO.-Son las seis menos veinte,
señora condesa.
MARÍA.-¡Ah, pues iba bien!Nada
más, gracias. (El Criado se retira. 
María vacila un momento y al fin 
se acerca a la clínica cuyas cortinas 
están abiertas.) ¡Anita!
ANITA.-(Saliendo de la clínica.)
 ¿Señora condesa?
MARÍA.-Mire usted, yo creo que
me voy a marchar. Sí, porque llevo
media hora esperando y ese 
hombre no viene.
ANITA.-Ya le he dicho a la señora
condesa que no creo que vuelva
en toda la tarde. A las siete
tiene sesión en la Academia de Medicina,
y a la hora que es ya. . .
MARÍA.-¿Usted qué haría?
ANITA.-Yo que usted, me iba.
MARÍA.-¿Y usted qué usted?
ANITA.-No entiendo. . .
MARÍA.-Pues está bien claro. A
mí no me interesa saber lo que haría
usted si fuera yo, sino lo que haría 
usted misma.
ANITA.-¡Ahora lo entiendo! Yo
no tengo más remedio que esperar,
señora condesa. Es mi obligación. . .
y mi sino.
MARÍA.-¿Esperar lo que se sabe
que no ha de llegar nunca?
ANITA.-Ahí verá usted. ..
MARÍA.-Sí, es una filosofía como
otra cualquiera. Eso se llama vivir
de esperanzas.
ANITA.- Puede. Pero me consuelo
 pensando que vale más vivir de
esperanzas sin fundamento, que de
realidades truncadas.
MARÍA.-¿Qué quiere usted decir?
ANITA.-Lo que he dicho: una filosofía
más sobre la vida.
MARÍA.-¿Por qué es usted agria
conmigo, Anita? Yo soy su amiga.
Dígame, en confianza: ¿qué pasó
anoche aquí?
ANITA.-¿Anoche. . . ?
MARÍA.-Sí, después que nosotras
nos fuimos. Durante la comida 
o antes.
ANITA.-No tengo idea. . .
MARÍA.-Uno de los comensales,
Paco Gereda, me ha dicho que
aquello parecía un velatorio. Caras
largas, conversación desanimada.
Apenas tomaron el café, la americana
dijo que se encontraba indispuesta
y se marchó.
ANITA.-No sabía. . .
MARÍA.-¿El doctor estaba hoy
muy contento...?
ANITA.-¡De un humor de todos
los demonios! Digo, si es que los demonios
suelen tener mal humor.
MARÍA.-¡Ya!
(Sale Pepe por la primera derecha.)
PEPE.-¡María. ..! ¿Pero estabas
tú aquí? No sabía. . .
MARÍA.-¡Hola, Pepe! Más de
media hora llevo esperando a tu 
hijo.
PEPE.-Me choca. (Anita vuelve
a la clínica dejándolos solos.)
MARÍA.-¿El qué?
PEPE.-Lo primero, verte dos
días seguidos por esta casa. Tú no
sueles frecuentarla.
MARÍA.-Es verdad. Ayer vine a
la reunión del Patronato y hoy a la
consulta, como una cliente cualquiera.
PEPE.-¿Enferma, tú? ¡Si estás
como una rosa! Aparentemente, al 
menos...
MARÍA.-Gracias. Pero la consulta
no era para mí. Marcelo no se
encuentra nada bien, ¿sabes?
PEPE.-¿Tu marido? ¿Qué tiene?
 MARÍA.-Pues en realidad no lo
sabe. . ., no sabemos. Dolores de cabeza.
PEPE.- Ya. ¿Y has venido a ver
si mi hijo le encuentra la causa?
MARÍA.-Eso es, a consultarle.Y
a pedirle que vaya a ver a Marcelo.
Pero Anita me ha dicho que José
ha suspendido hoy todas las consultas
y que no vendrá.
PEPE.-¡Ah! No sé.
MARÍA.-¿Qué pasa aquí, Pepe?
PEPE.-¿Aquí? Pues, hija, yo no
sé que pase nada.
MARÍA.-Sí, sí, algo pasa. ¡ Y gordo!
No sé qué me han dicho de
la comida de anoche. .. José no me
ha llamado esta mañana por teléfono;
quedó en llamarme. Tampoco
ha ido al hospital esta mañana, ni he
logrado encontrarle por ninguna 
parte...
PEPE.-(Torciendo el gesto.) ¡Vaya..!
MARÍA.-¿Ves? Te preocupa lo
que te he dicho.
PEPE.-No, hija, no. Preocuparme,
no demasiado, palabra. Es que
recapacito. Relaciono cuanto acabo
de oírte con otras actitudes, con
otros. .. ¡Bueno, yo me entiendo!
Tampoco yo tuve anoche una cena 
muy divertida.
MARÍA.-¿Con quién comiste?
PEPE.-Con un amigo, a quien tú
no conoces. ¡Pero hay coincidencias!
Todo lo cual viene a darme la
razón -alguna vez había yo de tener
razón- en una idea que desde
 hace veinticuatro horas tengo metida
en la cabeza. (Misteriosamente.)
Aquí.. .
MARÍA.-¿Qué... ?
PEPE.-¡Aquí hay miasmas!
MARÍA.-¿EI qué?
PEPE.-Miasmas. Efluvios malignos
y sutilísimos que enrarecen el
aire. ¡Habrá que espantarlos, como
a los mosquitos! (Da unos manotazos 
en el aire y, sacando su pañuelo 
lo sacude para espantar a los miasmas.)
MARÍA.-¡Ja, ja, ja! Eres único.
PEPE.-Mira, otra desventaja que
tengo. Sí, porque si no fuera único,
siempre procuraría ser otro.
MARÍA.-Bueno, Pepe: tu conversación
es deliciosa y tus paradojas
divertidísimas, pero yo tengo que
irme. Si por casualidad ves a tu ilustre
hijo, dile el tiempo que le he
estado esperando.
PEPE.-No se me olvidará, descuida.
A tus pies, María.
MARÍA.-Adiós. (Medio mutis.)
PEPE.-¡Ah!
MARÍA.-(Volviendo.) ¿Qué?
PEPE.-Recuerdos a Marcelo.
MARÍA.-Gracias.
(Se va por el foro. Pepe, solo en 
escena, vuelve a espantar a los miasmas 
a manotazos y con su pañuelo.
 Pequeña pausa. Por el foro sale el 
Criado.)
CRIADO.-Señor... ¡Señor!
PEPE.-¡Ah! ¿Qué?
CRIADO.-Ahí está la señora Grey.
Deseaba ver al señor.
PEPE.-¿A mí? ¡Carape!
CRIADO.-Sí, señor. Está en la salita
de espera desde hace un rato.
No quería que avisara. al señor mientras
estuviese aquí la señora condesa.
PEPE.-Lo creo. ¡Que pase, que
pase! (El Criado se va y a poco sale
Francis por el foro.)
FRANCIS.-¡Pepe. . .!
PEPE.-¿Cómo estás, mujer? ¿Qué
te ocurre?
FRANCIS.-Pepe: ¿tú me quieres
mucho, verdad?
PEPE.-¡Qué pregunta! Sí, hija,
sí. Todos en esta casa te queremos
mucho. En poco tiempo has llegado
a ser algo imprescindible en nuestras 
vidas.
FRANCIS.-Ocurre algo muy grave,
Pepe; algo que es necesario que
tú sepas, y que lo sepas por mí. Primero
debo hacerte una confidencia.
PEPE.-¡Venga!
FRANCIS.- Tu hijo Y yo nos hemos
dicho anoche que nos queremos.
PEPE.-¡Ya! ¿Antes o después?
FRANCIS.-¿De qué?
PEPE.-¿De qué va a ser, mujer?
De la comida.
FRANCIS.-¡Ah! Antes. Pero desde
ese momento, tan ansiado por
mí, te lo confieso, hasta que llegaron
los primeros invitados, sucedió
algo insólito, inesperado, que todavía
me avergüenzo al recordarlo.
PEPE.-Comprendo: el niño. ¿Os
sorprendió, no es eso?
FRANCIS.-¿Eh? No tenía por qué
sorprender nada incorrecto. . .
PEPE.-Perdona. . .
FRANCIS.-Nos encontró... hablando.
Yo estaba un poquito emocionada.
¡Hacía tanto tiempo que
deseaba con toda mi alma que José
me dijera lo que acababa de decirme. . .!
Y, delante de su padre, sin
tener en cuenta más que mi propia
emoción, le pedí al chico que me
diera un beso.
PEPE.-¿Y te lo dio?
FRANCIS.-¿Que si me lo dio? ¡Y
cómo!
PEPE.-No sigas, lo comprendo
todo. Yo hubiera hecho lo mismo.
FRANCIS.-¡Pepe!
PEPE.-¡Perdóname otra vez, mujer,
no me has entendido! He querido
decirte que no es preciso que
sigas violentándote para explicarme;
que yo lo comprendo todo, porque
el muchacho y yo..., desgraciadamente
para él, somos iguales.
FRANCIS.-(Perdiendo un poquito de 
confianza.) ¿Ah, sí, eh?
PEPE.--Sí. Ha sido un salto atrás:
como el de esos niños, hijos de blancos,
que a lo mejor salen a un abuelo negro. ..
FRANCIS.-¡Buen negro estás tú 
hecho!
PEPE.-Mi nieto es como yo era
hace. . ., bueno, no quiero recordar
los años que hace: cuando yo tenía
los que él tiene ahora.
FRANCIS.-Pues la cosa no puede
ser más desagradable.
PEPE.-¿Qué quieres? El chiquillo
se ha enamorado de ti como un
De Grieux.(30)
FRANCIS.-¡Yo no tengo la culpa!
PEPE.-Lo reconozco. La tengo 
yo.
FRANCIS.-¿Tú?
PEPE.-Sí, porque de casta le viene
al galgo... ¡No te asustes otra
vez! Hija, yo ya no tengo edad para
enamorarme de nadie. ¡Ni siquiera
de ti! Cuando empecé a darme cuenta
de la creciente inclinación de José
por ti, y de que tú le correspondías,
mi viejo corazón se llenó de alegría.
¿Qué más puedo yo desear, sino que
mi hijo se cree nuevamente un hogar
tranquilo y feliz y que se deje
para siempre de ciertos amoríos, que
no le hacen ningún provecho? Yo,
en teoría, soy un moralista. Pienso
que esta casa necesita una mujer.
¿Y cuál mejor que tú?
FRANCIS.-No sabes lo que te
agradezco esas palabras. .. Pero...
-y es lo que he venido a preguntarte-,
¿acaso tengo yo derecho,
en vez de ser una mensajera de paz,
a traer la guerra a esta casa? Y,
por otra parte, si José me quiere
como dice, si cree que mi amor ha
de ser su felicidad, ¿puede renunciar
a ella por un capricho de su
hijo? Porque no es más que un capricho,
una fiebre que se le pasará
en cuanto crezca un poco y encuentre
una muchacha de su edad
que le mire con ojos tiernos.
PEPE.-Sí, hija, sí. Esta locura
del chico ha venido a complicarlo
todo. (Sale don José por el foro.)
DON José.-Buenas tardes.
PEPE.-¡Hombre, por fin. . . !
DON José.-¡Francis. . .! ¿Me esperabas?
FRANCIS.-La verdad, no. Había
venido a ver a tu padre.
PEPE.-En efecto. Y como ya me
ha visto y me ha dicho lo que tenía
que decirme, os dejo para que te lo
diga a ti.
FRANCIS.-Hasta luego, Pepe. Y
muchas gracias...
PEPE.-¡Mujer. . .! (Se va por la
primera derecha.)
DON José.-¿Le has dicho. . .?
 FRANCIS.-Todo. ¿Hice mal?
DON José.-No, Francis. Cuanto
tú hagas, a mí me parecerá siempre 
bien...
FRANCIS.-¿Pero es posible este
amor nuestro, José? ¿No temes que,
necesariamente habremos de renunciar a él?
DON José.-¡Yo no renuncio a ti
por nada ni por nadie! Si tú me
quieres, Francis, lo demás. . ., no te
diré que no me importa, mentiría;
me duele en el alma y hasta en mi
carne la ofensa recibida, más que
si hubiera sido una bofetada. . .
FRANCIS.-Pero esa carne tuya,
José, es la de tu hijo. Y, eso, no podemos
olvidarlo ni tú ni yo.
DON José.-¿Crees que yo lo olvido?
Pues si no se tratara de mi
propio hijo, ¿había yo de refrenar
mis impulsos, contra quien me disputa
tu cariño y que se atreve, en mi
presencia, a lo que él se ha atrevido?
FRANCIS.-¿Ves tú? Te proponías
convencerme de que si yo te quiero,
lo demás tiene poca importancia. Y
eres tú el que se la da. Yo empecé
reconociéndola, pero, probablemente,
por distintos motivos. A ti te ha
sublevado, y es natural, un hecho
aislado y lamentable, que los dos
tendremos que olvidar. A mí me
preocupaban ya las causas que lo
han motivado: la actitud de tu hijo,
su fiebre, su locura... ¡Esto es lo
que puede separamos!
DON José.-¡No! Hablabas antes
de renunciar. ¿Por qué? Es muy bonito
y muy literario eso del renunciamiento.
Pero en la realidad
de la vida no he conocido un solo
hombre capaz de renunciar a la mujer
que quiere si la quiere de veras:
con toda su alma y todos sus sentidos,
como yo a ti. ¡Y si los hay,
yo no soy de ellos! Tengo derecho
a rehacer mi vida, he tenido la suerte
inmensa de encontrar una mujer
como tú, y no estoy dispuesto a perderla
porque a mi niño se le hayan
subido tus encantos a la cabeza. No
puedo perderte, ¿lo oyes bien...?
¡No quiero perderte!
FRANCIS.—(Emocionada como él.)
¡José. ..! Tampoco yo te quiero perder 
a ti. . .
DON José.-Entonces, Francis. . .
FRANCIS.-Yo también soñaba en
ser la mujer de este hogar vuestro,
en el que, para colmo de dicha, no
iba a faltar ni el hijo desde el primer
momento. Porque yo quiero a
ese niño, José... Lo quiero ya,
por ser hijo tuyo, y llegaré a quererle
como un madre, estoy segura. . .
DON José.-Como a una madre
tendrá que acostumbrarse a mirarte
desde hoy mismo.
FRANCIS.-Si yo te dijera. . .
DON José.-¿Qué?
FRANCIS.-No sé... ¡Hace tanto
 tiempo...! Iba hablarte de un
sentimiento mío. Durante los dieciséis
años que ha durado mi ausencia
de España, tú has sido la ilusión
de mi juventud. .. Cuando nos encontramos
en este mismo cuarto,
hace unos meses, te hablé del día
que te conocí, en el pisito que tenían
mis padres en la calle de Goya,
cuando mi madre agonizaba y tú la
salvaste. Aquel día, te he dicho alguna
vez que empezó mi veneración
por ti; pero ahora comprendo que
lo que dio comienzo aquel día...
fue mi amor por ti.
DON José.-Mi vida... (Le acaricia 
el cabello. En este momento 
sale Pepito por el foro. Queda un 
momento en la puerta, vacilante) 
PEPITO.-Perdón. ., (Va a irse.)
FRANCIS.-¡No, no te vayas...,
quédate!
DON José.-No, perdona. (Con
violencia a su hijo.) ¡Vete!
FRANCIS.-¡Por Dios, José, te lo
suplico. . .! Déjame sola con él, por
favor; sal tú.
DON José.-¡No!
FRANCIS.- Te lo pido por lo que
más quieras; por nuestro amor...
¡Déjame a mí con él ahora!
DON José-¡Está bien! (Don José 
se va por la primera derecha.
Quedan Francis y Pepito frente a
frente)
PEPITO.-¿Qué quieres de mí?
FRANCIS.-(Muy nerviosa.) Déjame
antes tranquilizarme un poco. . .
Y tú también. . .
PEPITO.-Yo estoy muy tranquilo.
FRANCIS.-¿Tú crees? ¡Loco de
atar es lo que estás! ¿Pero te das
cuenta, hijo...?
PEPITO.-¡Yo no soy tu hijo!
FRANCIS.-Perdona, hombre.
PEPITO.-Así está mejor.
FRANCIS.-Cuando pasen unos
años. .. ¿qué digo años? semanas. . .,
días, y recapacites sobre tus
actitudes de ahora, te avergonzarás
 tú mismo.
PEPITO.-¡Es posible!... Pero,
hoy por hoy, soy fiel a mí mismo.
Dices que estoy loco y es verdad.
¡Estoy loco por ti, tú lo sabes!
FRANCIS.-¡Pero yo no tengo la
culpa! Como no soy responsable, no
debo ser la víctima. Y tu padre, menos.
(A un movimiento de Pepito.) 
Tu padre, sí, que te quiere tanto.
PEPITO.-¡Es posible...! ¿Pero
que tú no tienes la culpa de que yo
 te adore? ¿Quién, si no?
FRANCIS.-¿ Yo?
PEPITO.-¡Tú, Francis, tú! Desde
que tengo uso de razón, tú has sido 
la única mujer que se ha ocupado 
un poco de mí. A tu lado empecé 
a sentirme hombre; lo soy desde que 
te tuve cerca. Ya no soy aquel niño 
que te recibió el día que llegaste ... 
Ahora soy un hombre, ¿lo 
entiendes? ¡Un hombre! Con todas las 
flaquezas, los egoísmos y las ansias 
de un hombre.
FRANCIS.-¡Calla, por favor! Me
das miedo. . .
PEPITO.-¡Mejor! Si no has de 
quererme, como yo a ti, prefiero que
me temas a que me desprecies...
¡Pero, tú me querías, Francis...! 
Tú me querías antes, estoy seguro.
FRANCIS.-Te quería y te quiero. 
Eres tú quien ha confundido mis sentimientos, 
que estaban bien claros.
 ¿Pero no comprendes que desde que 
te conocí te quiero como a un hijo, 
porque hace diecisiete años que estoy 
enamorada de tu padre? 
¡Si no lo sabías, ya lo sabes!
PEPITO.-¡No quiero saberlo! Es 
la primera vez que lo escucho de tus 
labios. .. ¡Y eso, no, Francis, eso,
no. . .! ¡No podré soportarlo nunca!
FRANCIS.-¡Nunca. . .!
PEPITO.-Prefiero. .. ¡hasta que 
me desprecies! ¡Prefiero que me mates!
FRANCIS.-¡No digas tonterías. . .!
Adiós...
PEPITO.-¿Adónde vas?
FRANCIS.-A la calle, a que me
dé el aire. Lo necesito, créeme.
PEPITO.-No te vayas ahora, te
lo suplico... Espera un poco. . .
FRANCIS.-(Forcejeando.) Déjame, 
Pepito, déjame. . .! (Y cuando logra 
desasirse de él, huye corriendo por 
el foro. Pepito, al quedar solo, se 
deja caer en un asiento, apoya los 
codos sobre las rodillas y se tapa los 
ojos con las manos. Así le sorprende 
su padre que, a poco, sale por la 
primera derecha.)
DON José.-¿Y Francis? 
PEPITO.-Se ha ido. 
DON José.-¿Adónde?
PEPITO.-Yo qué sé. No he cometido 
la impertinencia de preguntárselo.
DON José.-Estás muy comedido. 
PEPITO.-Con ella, siempre. 
DON José.-Menos una vez. 
PEPITO.-No volverá a repetirse,
puedes estar tranquilo.
DON José.-¡El que puede estar 
tranquilo eres tú, no faltaba otra 
cosa! (Pepito hace medio mutis por
 la primera derecha.) ¿Adónde vas?
PEPITO.-A mi cuarto.
DON José.-¡Espera! Tenemos
que hablar.
PEPITO.-Yo no tengo nada que
hablar contigo.
DON José.-Pero yo contigo, sí.
Soy yo e1 que hablará. Tú no vas
a hacer más que escucharme... y
obedecerme.
PEPITO.-¿Qué quieres?
DON José.-Decirte que vayas
preparando tus maletas. Mañana
mismo sales para Londres.
PEPITO.-¡No!
DON José.-(Con firmeza.) ¡Sí!
PEPITO.-(Con rebeldía.) ¡No!
DON José.-(Con ira.) ¡Sí!
PEPITO.-(Con desconsuelo.) ¡No!
(Y se deja caer sollozando sobre una 
butaca.)
DON José.-(Más suave.) Sí, hijo,
sí. No me obligues a emplear la violencia. . .
Ten piedad de ti mismo. . .
Vuelve en ti. . .(31)
PEPITO.-¡No puedo, padre!
DON José.-¡Te lo mando! Te lo
suplico. . .
PEPITO.-¿Qué culpa tengo yo de
todo lo que pasa? Me has tratado
como a un niño hasta hace pocos
meses. De pronto me soltaste en un
mundo que no conocía ni sospechaba.
Entré en él deslumbrado de la
mano de Francis. Ella me ha enseñado
a amar la vida y por ella puedo
agradecerte que me la hayas
dado. .. Antes de ella, yo no sabía
lo que era cariño, ni ternura, ni intimidad
entre una mujer y un hombre.
DON José.-Y al descubrir todo
eso, confundes lamentablemente tus
sentimientos y los de ella; te parece
un amor sublime lo que no es más
que un espejismo de tu inexperiencia.
PEPITO.-¡No... !
DON José.-¡Sí, hijo, sí! Y hoy
comprendo que yo soy el único culpable:
por no haber previsto a tiempo
lo que podía ocurrir y por haberte
abandonado en la edad peligrosa,
mientras egoístamente, sólo
pensaba en mi trabajo. Ahora, que
ya eres casi un hombre, empiezo
a preocuparme por ti, cuando tal
vez sea demasiado tarde. . .
PEPITO.-Empiezas a preocuparte
cuando, por primera vez en mi vida
te importa un sentimiento mío. . . .
DON José.-¡Ah, ya! ¿Y yo, qué?
¿Es que no tengo yo también mis
sentimientos? ¿Soy un trasto acaso. . ?
¡Ahora es cuando vamos a
hablar tú y yo de esa mujer! ¡Ahora!
PEPITO.-¡Papá... !
DON José.-¡Es necesario!
PEPITO.-¡Te lo suplico! No me
obligues a decirte. . .
DON José.-¡Habla. . .! ¡Di!
PEPITO.-Esa mujer me quería. . .,
¡diga ahora lo que diga!, me quería...
a mí. ¡Tú me la has quitado!
DON José.-¿Qué dices? ¡Ja, ja, 
ja!
PEPITO.-¡No te rías!
DON José.-¿Qué?
PEPITO.-¡Que no quiero que te 
rías!
DON José.-¡Pues no voy a reírme,
hombre! ¿Cómo quieres que no me ría?
PEPITO.-¡Me quería a mí! ¡Me
quería a mí! ¡Tú me la has quitado!
(Su padre le da una bofetada. Pepito 
queda frente a él, apretando los 
dientes y los puños. Sale Pepe por la
primera derecha.)
PEPE.-¿Qué pasa?
PEPITO.-(Echándose en sus brazos.) 
¡Abuelo...!
PEPE. - (Abrazándole.) ¡Vamos. . .!
¡Vamos...! (Después de 
un abrazo prolongado, Pepito se desprende 
de su abuelo y huye precipitadamente 
por la primera derecha. 
Al quedarse solos el padre y el hijo, 
aquél interroga a éste con la mirada.)
DON José.-Empecé notificándole
que mañana saldrá para Londres.Y 
he tenido que acabar dándole un bofetón.
PEPE.-¿A tu hijo. . . ?
DON José.-A mi hijo, sí, que se
ha olvidado de que yo soy su padre.
PEPE.-¡Mal sistema, don José!
DON José.-¿Mal sistema? ¡Tú
qué sabes lo que acaba de pasar aquí,
ni lo que pasó anoche!
PEPE.-Perdona: lo de anoche me
lo sé de memoria, y lo de ahora
me lo figuro. Por eso puedo opinar,
con conocimiento de causa, que
empleas mal sistema.
DON José.-¡ Claro ! Como tú conmigo
no has empleado ninguno,
bueno ni malo, te tienen que parecer
mal todos los que yo utilice para
educar a mi hijo.
PEPE.- Yo habré sido un pésimo
educador, no te lo niego, pero la
muestra. . . Tú no me has salido del
todo mal, ¡vamos, al decir de la
gente! Volviendo a tu hijo, ¡que a
mí me da muchísima pena, esto es
aparte!, me creo en el deber de aconsejaros,
a los dos, un poco de prudencia,
y, a ti, que no te preocupes
demasiado por lo que no son más 
que chiquilladas.
DON José.-¡ Chiquilladas ! Ahora
lo has calificado perfectamente:
¡chiquilladas! Me ha tratado como
si yo fuera un compañero de colegio
con quien se riñe por una modistilla,
¡y hasta con las mismas palabras!
PEPE.-Puede que tú le hayas dado 
el tono.
DON José.-¿Yo?
PEPE.-¡Tú, sí! Los hombres
cuando se enamoran... -cuando
nos enamoramos, yo todavía soy
hombre-, solemos decir las mismas
tonterías a los quince años que a
los ochenta. El idioma del amor no 
tiene edades.
DON José.-¿Tú crees?
PEPE.- Convencido, estoy. Aparte
de que no tienes excesiva razón para
quejarte de tu hijo, si es cierto
que te ha tratado mal, como no se
debe tratar a un padre. Será por el
ejemplo que tú le has dado. . .
DON José.-¿Yo te he tratado mal
a ti, alguna vez?
PEPE.-¡Hombre. . .! Como a un
compañero de colegio, desde luego, 
no.
DON José.-¡Ah!
PEPE.-Si acaso, como a un discípulo.
DON José.-¡Qué cosas tienes!
Tú, con tal de defender al nieto. . .
PEPE.-¡Ah, eso sí! Vamos a no 
echar sobre el corazón del chico todas 
las culpas.
DON José.-Yo he tenido la generosidad 
de declarar ante él las que 
me corresponden. Pero tú tampoco 
estás muy libre de ellas, papá.
PEPE.¡Hombre, era el último 
trueno que me quedaba por oír en 
esta tormenta! A ver, a ver. . .
DON José.-Sí, porque tú los 
acompañabas a todas partes. ¡Le 
has metido al chico a Francis por 
los ojos, no hacías más que elogiarla 
delante de él! Sus gustos, sus ademanes, 
sus vestidos... ¡todo en su 
persona era admirable!
PEPE.-¡Claro! Lo que yo quería
es que tú te fijaras.
DON José.-¿Ah, sí, eh?
PEPE.-¡Claro, tonto! Pero yo era 
totalmente sincero. Francis es una 
de las mujeres más interesantes y 
sugestivas que he conocido en mi 
vida. 
DON José.-Eso lo sé yo mejor 
que nadie.
PEPE.-¡Y yo!
DON José.-¡Supongo que no irás 
a decirme que te has enamorado de 
ella también tú!
PEPE.-¡No seas idiota, hombre! 
¿Pero tú crees que si yo tuviera veinte 
años menos. . . -¡y hasta quince, 
que carape!- me la ibais a quitar 
a mí el niño ni tú...? ¿Pero de 
dónde? ¡Con la clase que yo tengo. . ! 
¡Vamos!
DON José.-¿Ves como no hay 
manera de hablar contigo de nada 
serio? ¡Luego dices!
PEPE.-Pues, en serio..., dime:
¿tanto la quieres, hijo?
DON José.-¡Como no he querido 
a ninguna mujer en mi vida! A 
ti puedo decírtelo.
PEPE.-(Mirando a la puerta por
donde se ha ido Pepito.) ¡Pobre. . .!
DON José.-¿Quién?
PEPE.-María Vela.
DON José.-¡Vaya! (Sale el Criado 
por el foro con unas galeradas de 
imprenta en una bandeja.)
CRIADO.-De la Academia traen 
estas pruebas de imprenta, señor. Esperan 
contestación.
DON José.-Bien, que esperen. 
(El Criado se retira. Don José se encamina
a su mesa de despacho con 
las pruebas en la mano)
PEPE.-¿Vas a trabajar..., ahora?
DON  José.-Si puedo... Es urgente: 
las galeradas de mi discurso, 
contestando al de Pérez Molina que 
va a ingresar en la Academia.
PEPE.-¡Ya! (Se sienta en el sofá 
y, como en una escena parecida 
del primer acto, coge un periódico.)
¿Te estorbo?
DON José.-Si no me hablas, no. 
(Don José corrige sus pruebas. Pepe 
lee el periódico. A poco se levanta, 
se acerca a la puerta primera derecha 
y llama:)
PEPE.-¡Pepito. . .! ¡Ven!
DON José.-(Levantando sus ojos
de las pruebas.) ¿Por qué llamas al 
chico?
PEPE.-¡Tú déjame a mí! A tus
pruebas, anda. . .
PEPITO.-(Saliendo.) ¿Qué quieres?
PEPE.-(Volviendo a su periódico 
y sin mirarle.) Que te sientes aquí, 
conmigo.
PEPITO.-No, abuelo.
PEPE.-Me llamo Pepe. ¡Que te 
sientes, he dicho! (Pepito se sienta 
en el otro extremo del sofá. Hay 
una pausa. Tras ella, sale el Criado 
por el foro con una carta en la consabida 
bandeja.)
CRIADO-Señor. . ., esta carta. (Se 
la da a Don José y luego se retira. 
Don José mira la letra del sobre y 
lo rompe con manos trémulas. Lee 
con emoción. Su padre no le pierde 
de vista. Cuando termina la carta, 
Don José tiene los ojos llenos de 
lágrimas. A través de ellas mira a su 
padre y a su hijo.)
PEPE.-¿Algo grave?
DON José.-(Leyendo con voz entrecortada.)
"Querido José: Dentro 
de pocas horas saldré para mi país. 
Te suplico que no intentes verme antes 
de mi partida; ya no me encontrarías 
en Madrid. Perdóname..., 
perdonadme todos... el mal que 
hice sin querer. . . Yo no olvidaré 
nunca, cuanto vosotros habéis hecho 
por mí. Os dejo. .. (La emoción le 
impone una pausa.) Os dejo lo mejor 
de mi vida... Y te mando a ti 
tres abrazos para que. .. (No puede 
seguir. Suelta la carta. Y con el codo 
derecho sobre la mesa y su mano 
cerrada apoyando la frente, llora en 
silencio. Pepe se levanta del sofá, 
pasea por la estancia para ocultar 
su propia emoción, se detiene y lo 
mira. Pepito permanece impasible 
en el sofá. Es el único de los tres 
que tiene los ojos secos. Por el centro 
del foro sale doña Petra.)
PETRA.-Con permiso. .. (Ninguno 
le contesta. Entonces se dirige 
a Don José.) Ahí tienes el coche. . .
DON José.-Que se vaya; no voy
a salir.
PETRA.--¡Bueno! (Hace medio 
mutis y vuelve.) ¡Ah! ¿Qué queréis 
comer?
PEPE.-¡Es igual, mujer! Mira 
por dónde nos sales ahora.
PETRA.-Primero pensaba poner 
frito variado. . .
PEPE.-¡Que sí, mujer, que sí! Y 
luego, pollo. Y para postre, natillas 
con bollos al horno, que hoy me da 
el corazón que no te van a salir.
¡Nos sabemos el menú de memoria! 
Todo estará muy bien, anda.
PETRA.-¡Bueno, bueno! (Y se va 
por el foro, al mismo tiempo que de 
la. Clínica sale Anita.)
ANITA.-Don José.. perdón.
DON José.-Diga, diga...
ANITA.-Le llama la señora condesa 
de Vela: por el teléfono de la 
clínica.
DON José.-Conteste usted que 
no estoy.
PEPE.-Hombre. . ., siquiera por 
educación. Antes estuvo aquí, esperándote. . .
DON José.-(De mala gana.)
Voy...
(Se levanta, cruza la escena y se 
va por la Clínica. Cuando su padre 
ha desaparecido, Pepito se echa a 
llorar, gimoteando sobre el brazo derecho 
del sofá, de donde no se ha movido.)
PEPE. - ¡Válgame Dios...!
¡Oye... Oye!
PEPITO.-¿Qué?
PEPE.-Anda….,no seas tonto .. 
Ten un pitillo, anda. 
PEPITO.-No quiero.
PEPE.-¡Sí, bobo! ¡Si son de aquellos 
especiales. .. que te gustan tanto! 
Yo mismo te lo encenderé, anda.. .
PEPITO.-No.
(Vuelve Don José. En cuanto lo ve, 
Pepito se arroja en sus brazos. Don 
José lo recibe en ellos con emoción.)
PEPITO.-Perdóname. . .
DON José.-Sí, hijo. . .
PEPE.-(Que sigue sentado a la 
izquierda del sofá.) ¡Vaya! Ahora 
vamos a tener llanto en esta casa 
lo menos... para una semana.
(Vuelve a su periódico.)
DON José.-Cuando seas un hombre, 
de verdad. . ., comprenderás el 
daño que me has hecho. (Vuelve a 
sentarse detrás de su mesa, y Pepito 
a la derecha del sofá en el otro extremo 
de donde está su abuelo leyendo 
el periódico.)
PEPE. - (Ojeando el periódico.) 
Eisenhower. .. Choque de trenes. . . 
El suelo de Madrid. .. ¡Qué barbaridad!
“Los nuevos aviones que hacen 
la travesía Barajas-Nueva York, 
tardan menos tiempo que el tren de 
Madrid a Barcelona." ¡Qué cosas! 
(Y mirando a Don José por encima 
del periódico.) ¿Te has fijado, nene?
TELÓN
[30] De Grieux - caballero, amante 
de Manon Lescaut, de la novela por 
l'Abbé Prévost.
[31] Vuelve en ti - reconsidera; 
piénsalo bien
TELÓN
FIN DE LA COMEDIA



4 comentarios:

  1. "Ilustra ante todo lo que podría llamarse su 'transformación' Putifar"
    "Contentémonos con verificar en qué consiste en el caso presente, pues por otros lados adopta otros aspectos. En lugar de que el mayor de dos hombres intente seducir a la mujer o a las mujeres de su hermano menor es la mujer del mayor (padre o hermano) la que trata de seducir al menor."
    Lévi-Strauss, Claude p. 308 'El hombre desnudo's. XXI ed. 4ª ed.1987

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  2. Tomo los datos que siguen de la Wiki, pero como la Wiki es siempre cambiante podrían cambiar algún día:Torquato Tasso:"Es conocido sobre todo por su extenso poema épico Jerusalén liberada, ambientado en el asedio de Jerusalén durante la Primera Cruzada, así como por la locura que le aquejó en sus últimos años".
    "En esta época, coincidiendo con la interminable revisión de la Jerusalén liberada, el poeta comenzó a mostrar los primeros síntomas de una enfermedad psíquica que pudo ser esquizofrenia y que le hacía caer en en estados de profunda postración, de melancolía repentina, de irrefrenable ira y de manía persecutoria."
    Leyenda
    "En 1790 el alemán Johann Wolfgang Goethe escribió una obra teatral en cinco actos, Torquato Tasso, sobre la locura de los últimos años del poeta"
    http://es.wikipedia.org/wiki/Torcuato_Tasso
    O, para basarme en una fuente impresa: de O.Paz 'El arco y la lira' ed. F.C.E. México, D.F. pp.232-233 "Esta situación se confunde con el nacimiento de la sociedad moderna: el primer poeta 'loco' fue Tasso; el primer 'criminal' Villon."

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  3. de Lacan, Jacques 'Escritos 2' p. 561 "Niederland da notable ejemplo de ello (34) al llamar la atención sobre la genealogía delirante de Flechsig, construida con los nombres de la estirpe real de Schreber, Gottfried, Gottlieb, Fürchtergott, Daniel sobre todo que se transmite de padres a hijos y cuyo sentido en hebreo nos da, para mostrar en su convergencia hacia el nombre de Dios (Gott)una cadena simbólica importante para manifestar la función del padre en el delirio. 34 op. cit.
    Grande escritores alemanes con el nombre Gott:
    Gottfried Wilhelm Leibiniz
    Gotthold Ephraim Lessing
    Johann Gottlieb Fichte
    Gottbetrunkener mensch. Gott ist tot.

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  4. Gn. 48:21 Dijo entonces Israel a José: "Yo muero; pero Dios estará con vosotros y os devolverá a la tierra de vuestros padres. 48:22 Yo, por mi parte, te doy Siquem* a ti, mejorándote sobre tus hermanos: lo que tomé al amorreo con mi espada y con mi arco." nota 22* El hebreo juega con la palabra šekem que significa 'hombro' y designa también la ciudad y el distrito de Siquem, (...) Jacob reparte la Tierra Santa como el padre de familia o el oficiante distribuyen las porciones del banquete sacrificial, siendo la espaldilla trozo selecto. Se trata de (...) y de una conquista del territorio de Siquem (...) 'Biblia de Jerusalén' ed. Desclée de Brouwer 1967 Bruxelles (Belgium)

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